jueves, 7 de febrero de 2013

Saque de arco


El arquero, el que estaba atajando hasta que le hicieran un gol, sacó. Tomó la pelota entre sus manos y la pateó lejos, allá, con la intención que cruce la mitad de la cancha, bien lejos, para que caiga y se debata ahí, entre los empujones y los codazos.

Las cabezas llenas de tierra asistían el vuelo interminable del juguete que los reunía, como todos los días, en ese pedazo de tierra que ellos mismos habían denominado "El parque de los príncipes", la canchita del nudo 7. Tenían otros estadios dentro del barrio, la del nudo 5 era "El teatro de los sueños", y en el nudo 1 se encontraba "El maracaná", quizás, de todas las del barrio, la más peligrosa. No tanto por la superficie del campo (una mezcla de asfalto y brea, llena de vidrios y todo tipo de elementos "raspantes") sino por el público que envolvía al terreno de juego: ladrones y asesinos conocidos.

Una disputa por el balón se generó cerca del area. Una disputa por la pelota que era mucho más que esos empujones y codazos, mucho más que los tacazos y rodillazos a la parte posterior del muslo. Y era más porque no solo se estaba disputando esa pelota que venía cayendo, a toda velocidad, en esa dirección. Era una disputa que había empezado dos días atrás, en el baile del barrio, en el club "Patria".

El Patria era el lugar donde la gente del barrio, la más pobre, asistía los sábados a la noche para divertirse y bailar, para concretar amores, para beber hasta perder la conciencia, para fumar mariguana, para tomar sicotrópicos con alcohol, para meterse cocaína en la nariz, para agarrarse a piñas, para dar inicio a guerras que desembocarían en tiroteos interminables, de días, entre las bandas de ladrones.

Algunos se acuerdan que la pelea empezó por una mujer, que era la novia de uno, pero que, aparentemente por error u omisión, por abuso de alcohol o simplemente por deporte, estaba a los besos y abrazos con otro.
El uno, el "traicionado", se enteró, y sin pensarlo ni meditarlo demasiado, le quebró una botella de cerveza en la cabeza a su rival, al otro, al "traidor".
La cosa terminó en una pelotera interminable, que vio su final cuando el personal policial, que siempre estaba en la puerta del club, entró, repartiendo de manera generosa cuanto palo pudo, abriendo cabezas y camino al epicentro de la efervescencia.

Ahí estaban ahora, tanto el "uno", empujando y dando golpes cortos con los nudillos a los riñones, como el "otro", con un vendaje lleno de tierra en la cabeza, metiendo tacazos y codazos en la panza, esperando que la pelota cayera cerca.

Detrás de uno de los arcos, estaba el hermano del "otro", el del vendaje, asistiendo al partido, disfrutando de su día en libertad número 10, o tal vez 11, luego de una temporada larga en prisión, o en "canoa", como decían por ahí, por el delito de robo calificado.

La pelota comenzaba a caer, dispuesta a dar en un pie, quizás en un pecho flaco, embarrado de transpiración y tierra, cuando el hermano del "otro", entró al terreno de juego.
Los rayos de sol, avisaron del peligro, hicieron brillar la mano de quién invadió el campo de juego del "Parque de los príncipes", que nadie supo ver, hipnotizados todos por el vuelo de la redonda.
El del vendaje, quizás prevenido por alguna señal, quizás habiendo escuchado su nombre, o una clave, se desentendió de la jugada. Se alejó de su marcador y lo miró con cara de idiota, mientras quién defendía, aún sin entender el porqué de la reacción, era tomado por el hombro y girado 180 grados, para recibir una puñalada con un cuchillo "tramontina" en la panza.
La pelota picó, y dio un par de saltos más, pero nadie fue tras de ella. Los ojos se posaron en la expresión de terror del "uno", el traicionado, que se agarraba la panza y parecía recordar y entender, ahora sí, mientras caía de rodillas, con las manos bañadas de sangre, el porqué de su desgracia.

 

No hay comentarios: