lunes, 26 de octubre de 2009

Lo de la señora Anita

Mediodía en Salta. La localidad Coronel Juan Solá ostenta un poderoso sol que baña todo de ardorosa luz. En el uso popular, la estación del tren que ya no pasa le da nombre al lugar "Morillo"
Un viejo del pueblo me contó que los primeros cálculos que se hicieron del recorrido que tendrían las vias indicaban que atravesarían unos campos llamados "El cuchillo" y que ese sería el nombre de la estación. Hubo, según él, un error en esos cálculos y las vías no atravesaron esos campos finalmente.
Me contó también, que en aquel entonces se llevaba a cabo la construcción de un enorme galpón, y que en el proceso murió mucha gente, nombrando de esa manera tan poco feliz a la estación.

Nos dirigimos al comedor de la señora Anita, Morillo arde, el rugido del sol llega a nosotros a través del viento, que nos sopla aire caliente en el cuerpo sudoroso. Caminamos lento, el calor pesa, uno tiene la sensación de andar con un chango colgado de la espalda todo el tiempo. ¿Y la sombra? No hay, no está. La imagino apoyando la espalda en la pared, agarrándose como al borde de un precipicio, sin querer poner siquiera un pie en el suelo fulgurante.

En respuesta a la aridez del suelo, a las filosas y duras espinas, a lo agobiante del calor, a lo cambiante del clima, y a todas las dificultades que ofrece el Chaco seco, el salteño habla con voz suave, cantada, dulce. Con esa dulzura de voz nos atiende una de las hijas de Anita, nos recita los tres platos del día mientras pone el mantel de tela sobre la mesa.
La gente va entrando al tiempo que saluda y desea buen provecho. Hay un televisor, que sigo sin entender porque siempre está sintonizado en TN, como si a alguien en Morillo le modificara saber que aumentaron los taxis, o los peajes... no parece real la existencia de la ciudad cercada por autopistas, aturdida a bocinazos en aquel paraje tranquilo de suelo caliente.

Los perros de la casa deambulan por el lugar, y aunque parezca increíble -al menos para mí- no manguean a los comensales. Como si entendieran que se trata de un negocio. Se recuestan en los lugares frescos que encuentran y se acercan si uno los llama, siempre sin mendigar ni una miga de pan, reciben la caricia moviendo la cola y vuelven a su inmovilidad, a soportar el calor.

Es dura la vida en el Chaco- nos dice Anita secándose las manos en el delantal- El viento, el calor, uno tiene que recorrer mucho para conseguir las cosas para cocinar. Más de una vez tuve ganas de levantar las valijas y mandarme a mudar...y a pesar de ser tan vieja sigo trabajando, para ayudar a la menor de mis hijas que estudia en Salta, se recibe a fin de año de profesora de educación física...recién ahí voy a ir pensando en dejar de trabajar tanto...

Las mujeres comen juntas alrededor de una mesita, cerca de la cocina. El marido de Anita, siempre impecable, come solo, en silencio. Sus nietos juegan a su alrededor y él pareciera no notar su presencia, impasible, solo les dirije la palabra para retarlos. Ayuda atendiendo las mesas, pero no pone un pie en la cocina. El machismo está tan arraigado en el pueblo
como la miseria y la discriminación a los aborígenes.

Llegado a este punto no estoy seguro de donde se dirije este ¿relato? ¿crónica? ¿recuerdo? creo que lo único que me queda por hacer es pedir la cuenta e irnos, y agradecer por los casi 20 días que nos alimentaron y nos atendieron tan bien en ese lugar, El comedor San Lorenzo.

Foto: Mía

domingo, 25 de octubre de 2009

Como rejuvenecer 20 años

De mi inolvidable paso por el Chaco salteño, me traje algunas cositas que me gustaría compartir con los miles de lectores que, a diario, inundan este lugar buscando sedientos las novedades (exagero un poco, ya se que no buscan sedientos, apenas un poco curiosos). Sin más preámbulos, los dejo con mis amigos wichís: Juan, Carolina, José Manuel, Rosalía y Lucas. Ellos tuvieron la amabilidad de permitirme registrar como se divierten a diario.


lunes, 5 de octubre de 2009

Una nueva aventura


Desde mañana y hasta el 25 o 26 de octubre no voy a estar. Mis servicios son requeridos en otra provincia, esta vez con no tantas comodidades pero sí con las mismas satisfacciones, con la esperanza de seguir aprendiendo y la seguridad de estar a punto de vivir otra experiencia inolvidable. Les dejo un regalito para que se entretengan hasta que vuelva.

-Justamente. No hay nada que entender, ella misma me lo dijo la última tarde. Hay que creer. Yo tenía que creer simplemente lo que estaba ocurriendo, tomarlo con naturalidad: vivirlo. Como si se me hubiera concedido, o se nos hubiera concedido a los dos, un favor especial. Ese día fue una dádiva, y fue real. Y lo real no precisa explicación alguna. Ese sauce a la orilla del agua, por ejemplo. Está ahí, de pronto, está ahí de pronto porque lo iluminó la luna. Yo no sé si estuvo siempre, ahora está. Fulgura, es muy hermoso. Voy y lo toco y siento la corteza húmeda en la mano, ésa es una prueba de su realidad. Pero no hace ninguna falta tocarlo porque hay otra prueba; y le aclaro que esto ni siquiera lo estoy diciendo yo, es como si lo estuviese diciendo ella. Es extraño que ella dijera cosas así, que las dijera todo el tiempo durante años y que yo no me haya dado cuenta nunca. Ella habría dicho que la prueba de que existe es que es hermoso. Todo lo demás son palabras.

Imagen: Google
Fragmento: Carpe diem. Las maquinarias de la noche. Abelardo Castillo.