sábado, 29 de agosto de 2009

El camino de los sueños


Luk:

Me siento en la necesidad de hacerte un par de aclaraciones. De hacer una especie de confesión, no es que necesite confesar algo terrible ni mucho menos, nada más lejos de la realidad. El caso es que estoy haciendo algo con una doble intención, y vos no te das cuenta de la segunda, vos solo ves la primera. En este momento no tenés la posibilidad de entender mis palabras, lo vas a hacer dentro de varios años, pero esto me pasa hoy, y lo tengo que sacar hoy. No quiero dar más vueltas, y voy a ir al centro de la cuestión, que es justamente, las vueltas que damos. Yo te doy los indicios y te digo que vamos a salir, y vos aceptás enseguida, te encanta estar en la calle, y a mí me encanta estar en la calle con vos, allá vamos.

Con tu papá estamos armando una especie de podio con tus preferencias. Lo que encabeza la lista es mamá, mamá le gana a todo. Nos dimos cuenta que los sabores nuevos -mientras lo son- tienen un gran poder, pero mamá les termina ganando. No hay juegos, canciones, ni cosquillas que mantengan su jerarquía ante la imprevista aparición de mamá, inclusive el sonido de su voz hace que tires a la mierda lo que tengas en la mano y salgas gateando a toda velocidad a su encuentro. Lo que podríamos poner en segundo lugar son los perros, te siguen gustando, a pesar de haber visto muchos. Me obligás a seguir cuanto perro se nos cruza, al grito de "ua ua" o "uaua uu" y yo corrijo enseguida "perro, perrito". No quiero que le digas gua-guau a los perros, supongo que lo vas a hacer igual, no es tan grave después de todo.
¿Y la calle que puesto ocupa? La calle es algo que no puedo ubicar, estar en la calle te hace olvidar hasta de mamá, la ves subir al auto, y le abrís y le cerrás la manito, haciendo la seña internacional de chau. Pero no me animo a ubicarla dentro de tus preferencias, porque la calle te estimula desde todos lados, estimula todos tus sentidos, no hay con que darle, descubrís un mundo a cada paso que damos. Ahora eso sí, en la calle y con mamá sí que le gana a todo, eso sí que no tiene rival.

Pero sigo dando vueltas, y no voy al centro de la cuestión: a las vueltas. Resulta que según tengo entendido, de entre las miles de cosas que no saben hacer los bebés, se encuentra la de dormirse, vos en efecto sentís sueño, pero no sabés como hacer para dormir, ahí es donde entro en juego, ahí es donde meto mi segunda intención, es ahí donde se acciona el mecanismo que abre la compuerta para que transites el camino de los sueños.
Al principio camino normalmente, con naturalidad, sigo a los perritos, me paro ante la gente que te quiere ver de cerca (
No hay persona que nos crucemos que no me diga lo lindo que sos, y es cierto que sos lindo. Aunque sabemos que eso te tiene sin cuidado, tu pureza no tiene manchas de vanidad) Pasamos por el jardín de la plaza del avión, miramos a tus colegas jugando en el recreo, seguimos a las palomitas, nos reímos, aplaudimos, en fin, disfrutamos del paseo. Pero de pronto empiezo a caminar más despacio, me empiezo a mover como en cámara lenta, y cada uno de mis pasos es acompañado por un pequeño zarandeo, de un lado a otro empiezo a hamacarte. Vos te das cuenta que estamos yendo más lento, pero técnicamente seguimos paseando, se podría decir que no tenés porqué protestar. Ya no transitamos las calles principales sino que empezamos a zigzaguear entre las interiores, las rodeadas de árboles, y de pronto, con la voz más dulce y melosa que puedo, empiezo a susurrar:

Love me tender,
love me sweet,
never let me go.
You have made my life complete,
and I love you so.

Love me tender,
love me true,
all my dreams fulfill.
For my darlin' I love you,
and I always will.

Y cada vez camino más despacio, cada vez te zarandeo un poquito más, me detengo ante las rejas para que sigas los barrotes que van y vienen, y te canses, y de a poquito gatees por el camino de los sueños. Un perro nos ladra desde el patio de la casa y lo miro con odio, como si tuviera culpa de algo el pobre.

Love me tender,
love me sweet,
never let me go.

A veces te acaricio la cabecita, o una oreja, cuando no me sacás la mano, y entre bostezos, tocándote la nuca con la seña también internacional de tengo sueñito, te metés de lleno en el camino. Si el sol está fuerte y te pega en la cara, se convierte en mi enemigo, te incomoda, tengo que meterme rápido en la sombra o se me va todo al carajo.

You have made my life complete,
and I love you so.

Love me tender,
love me true,

Pero en los días fríos es mi aliado, metido en la wawa, envuelto en la mantita celeste, el sol te hace cerrar los ojitos y te envuelve un sopor que no admite resistencia. El canto de los pájaros, la tranquilidad que transmiten los centenarios árboles, los pocos autos, todo dispuesto para que entres al camino.

all my dreams fulfill.
For my darlin' I love you,
and I always will.

Como tantas otras cosas, también es un placer verte dormir. Una vez que te dormiste vuelvo al cuartel general, entramos en silencio, vamos hasta tu pieza y reclino el cochecito hasta dejarlo horizontal, te acomodo en él, me aseguro que no tengas la orejita doblada, y ahí te dejo. Después estaciono el cochecito cerca mío y me pongo a leer, mientras espero que recorras el camino, vos andá tranquilo nomás, que yo te miro.

Canción: Love me tender- Elvis Presley.
Foto: Mía.

sábado, 15 de agosto de 2009

¡Vuela halcón! (parte II)

Era el cumpleaños de Dani, el mayor de los cuatro. El timbre sonaba, los regalos y los invitados iban llenando la casa. Había en el comedor un mantel lleno de chizitos, palitos, papitas, y circulaban versiones sobre la aparición de las consagradas medialunas con jamón y queso, seguramente en paralelo con las no menos prestigiosas pizzetas. Al invitar cada uno de nosotros a uno o dos amigos propios, las edades de los presentes iban desde los 5 hasta los 11 años. Todos interactuábamos como podíamos, sufriendo los más chicos algunos abusos por parte de los mayores, nada traumático ni demasiado doloroso, pero abusos al fin. Alguien dijo algo acerca de lo que nuestra nueva mascota era capaz de hacer - o de no hacer, mejor dicho-, y este rumor fue creciendo durante la tarde-noche, haciéndose cada vez más fuerte, creando una curiosidad que de a poco se apoderó de los invitados.

Resulta que muy a pesar de nuestra primera experiencia con un pájaro como mascota, papá y mamá insistieron ¿La explicación? Un intento desesperado por contentarnos con un animal que representara un gasto menor en cuanto a alimentación, y un menor esfuerzo en cuanto a limpieza. La tortuga ya había pasado a ser una piedra más en el pedacito de tierra -ahora que lo pienso ese animal se consagró en supervivencia, era más común encontrarnos tratando de sacarla de su caparazón que acercándole un pedazo de lechuga.
Fue por azar que descubrimos que el nuevo pájaro no volaba, aleteaba con vigor pero se mantenía solo algunos segundos en el aire, cayendo pesadamente -por lo general- a nuestras manos. Este descubrimiento hizo que el animal pasara por las más diversas actividades, tan poco frecuentes para uno de su especie. Por ejemplo lo bañábamos ¿alguien bañó un pájaro alguna vez? Nosotros sí. Nos lo tirábamos como si fuera una pelota, la dificultad de atraparlo aumentaba porque el pájaro cambiaba el rumbo con su aleteo desesperado. Lo poníamos en laberintos improvisados con ladrillos, etc, como dije más arriba, cosas que por lo común un pájaro en cautiverio no hace.

El reloj merodeaba el momento de las medialunas, Dani creyó oportuno reunirnos a todos en el patio y comenzar con el espectáculo. Nadie decía nada, los que sabían que el ave no volaba, no lo decían para no arruinarle la sorpresa a los que no lo sabían. Los más chicos -mis amigos y los de Sole- estaban en silencio, quietos. Se formó un semicírculo en torno a la jaula, que estaba en el mismo lugar que la anterior, de hecho, era la misma jaula.
El semicírculo se abrió para darle paso a Dani, que con la escalera en la mano pasó en silencio. Me pidió que le sostuviera la parte de abajo, con una solemnidad que me provocó la mayor de las seriedades. Trepado en lo alto, tomó al animal con la derecha mientras se sostenía con la izquierda. Luego bajó cuidadosamente, despacio. Una vez en el piso, encerró al pájaro con ambas manos, las llevó hacia abajo arqueando un poco su cuerpo, luego las levantó mientras decía: ¡Vuela halcón!... y halcón voló, tomando casi el mismo camino que su antecesor. Un silencio sepulcral se apoderó de la escena, una broma y una risita se perdieron en la oscuridad de la noche, siguiendo el camino del pájaro seguramente.
Desde adentro, una voz que no estaba al tanto de lo que sucedía en el patio, avisó que estaban las medialunas. De a uno fuimos entrando en silencio. No volvimos a saber nada del pájaro, ni tuvimos otro como mascota, lo que si tuvimos fue un pollo, pero esa es otra historia.

martes, 11 de agosto de 2009

Proyecto Luka

Es la primera vez que me toca formar parte de algo tan importante. En ninguno de mis trabajos anteriores tuve tanta responsabilidad como en este. Y sin embargo tamaña responsabilidad no me genera contracturas, ni stress, ni trastornos para dormir, sino todo lo contrario, me deposita cansado y contento por las noches en mi cama. Un amigo me dijo una vez que mi trabajo consiste en ser importante en la vida de alguien. Consiste en eso y en brindarle a una persona amor, seguridad, higiene, salud, alimento. Cosas básicas bah, nada de otro mundo, cosas mucho más necesarias que un plan de marketing, o un estimativo de cobranzas... tanto más necesarias.

Hay oficios que rozan con la felicidad al igual que el mío, como el de catador de helados, el de juez de bikini open, el de crítico de cine, por citar algunos, pero ninguno de estos llena como el mío, ni siquiera el catador de helados, palabra.

¿Requerimientos para el puesto? No muchos, ni tan difíciles de encontrar en cualquier mortal. Antes que nada amor, cariño y respeto. Después podrían ser, paciencia -toneladas de ella- sentido del humor, un altísimo poder de interpretación, madurez, reflejos -agacharse y quitar un pedacito diminuto de algo que tiene como destino la boca, antes de que llegue a ella, claro- tolerancia para repetir millones de veces el mismo chiste, o frase, o sacudón, o sonido, o cosquilla.

Pero no todo es color de rosa, es más, puede volverse marrón oscuro, o negro. Pero es solo un momento, y lo más complicado -al menos en este caso- es mantener a mi protegido ocupado mientras se le practica el cambio de calzones, pues no le gusta, él prefiere la desnudez total - ¡qué vivo! ¿quién no?.

Ya no tengo compañeros de oficina, salvo que considere como tales a: un tren que toca cuatro canciones, varios globos -ya desinflados- libros con dibujos pésimos que chillan cuando se los aprieta, ladrillitos de plástico, un mouse roto, y varias de las infaltables pelotas.
A veces se queda la mamá (esos son los días más complicados, que ya tocaré en otro momento), a veces el papá, a ellos no se si contarlos como compañeros de oficina, o como jefes...los voy a seguir llamando primos por ahora.

Ayer me di cuenta que hay algo que no hago hace un montón, algo que hacía todas las noches, que vengo haciendo desde que empecé a trabajar hace más de 10 años ¿qué es? irme a dormir molesto, enojado, con la frase "mañana tengo que ir a laburar la puta madre". Y no lo extraño para nada, nada nada, soy niñero, soy tío, soy, en suma, feliz.


¡Gracias Fer por el título!

viernes, 7 de agosto de 2009

Benito (Vida roída)


Me agazapo, me hago una bolita peluda en un rincón y ruego que nadie se me acerque. Quien me ve y no me conoce, hasta puede llegar a suponerme una criatura tierna y dulce. La verdad es que estoy lejos de esa ternura, no lo soy para nada.

Me acercaron un espejito una vez, y pude comprobar que mis ojos transmiten una simpatía asombrosa. Mi naricita que se mueve al compás de mis finos y rosados labios, mostrando mis grandes paletas, conmueve a quien los mire.

Pero no, no soy tierno, ni dulce, ni siquiera amistoso. Quiero tener a los demás lejos, donde no puedan tocarme ni molestarme. También esa es una manera de asegurarme de no lastimar a nadie, cosa que no disfruto de hacer, no es que cause un gran daño, pues mis dientes diminutos no son capaces de matar, pero sí de hacer doler. Y así paso mis días, encerrado en esta prisión de cristal, que me permite ver todo lo que me pierdo. Dando vueltas en esta ruedita que si bien no me lleva a ningún lado, mantiene en forma mis músculos, evitando que se atrofien.

Me instruyo dentro de mis posibilidades, soy autodidacta, nadie se acerca ni se acercó jamás a enseñarme nada. Lo poco que se, lo aprendí solito, encerrado aquí, viendo.

Y me refugio, me cuido de la mano que me acarició y me hizo sufrir. La misma mano que me alimentó y me mimó, y tiempo después, de manera inesperada, me atormentó y me hizo doler. Es más fácil no dejarme querer y alejar a todo y a todos, quedarme solo. Quizás cuando la sombra fría de la muerte empiece a helarme los huesos, quizás ahí me arrepienta. Y digo quizás, porque si me mantengo sin querer a nadie, durante toda mi vida ¿quién va a llorar mi deceso? ¿Y en quién voy a pensar con nostalgia en mi lecho de muerte? Lo que puede pasar también es que estando con los músculos de la mandíbula duros, enfriándome de a poco, abandonando este mundo, me arrepienta de no haber querido a nadie, y me sienta solo, y mi tristeza de no ver algún ser querido acelere mi muerte.

Pero todas estas son conjeturas, la realidad es que no hubo ser que se acercara y no me hiciera sufrir. Es normal, mejor dicho es instintivo escaparle al sufrimiento. De una u otra manera tratamos de evadirlo como mejor nos sale. En mi caso no tengo tantas opciones, estando aquí encerrado no puedo hacer mucho más que alejar a todos los que se me acerquen. Con agresividad, simulando una ferocidad que en mi interior se que no poseo, pero que me es imperioso hacerles creer que sí.

Al parecer mis captores encuentran divertido despertarme de manera abrupta. Escucho sus carcajadas luego de hacerlo. La verdad es que sufro horrores. Me encuentro durmiendo plácidamente y de repente una mano me aprieta el lomo. Mi reacción, que aparentemente es la que despierta las risas, es darme vuelta lo más rápido que puedo, mostrando los dientes, con los ojos cerrados. Totalmente indefenso a pesar de mi fiereza. Supongo que mi carita llena de viruta, mostrando mis grandes paletas resulta chistosa. Hay un poder, desconocido para mí, que transforma la crueldad en algo gracioso. Debe ser el mismo poder que me depositó en esta prisión, siguiendo vaya Dios a saber que móvil me confinaron hace más de un año en esta caja transparente. Todavía no descifré que espera de mí esta gente que me mantiene aquí dentro.


Juan Bernardo relee por última vez su escrito. Corrige algunas palabras que detecta ilegibles, luego de esto le pasa el texto a su madre, quien le señala algunas faltas ortográficas. Realizadas estas últimas modificaciones, lleva la birome al comienzo de la hoja y estampa el título de su obra: “Vida roída”. La madre le sugiere algo más alegre como “El hamster Benito” o “Benito y yo”, pero Juan Bernardo no lo cree oportuno y le indica que en ese caso ella escriba al respecto y le ponga el título que quiera. Esa misma tarde, Juanber (así lo llamaban en su casa) depositó a Benito en el jardín, pidiéndole disculpas en nombre de su cruel hermano por las torturas sufridas. Le prometió no volver a encerrar a ningún semejante, y le advirtió de los peligros que lo acecharían en el futuro. De ahora en adelante, Benito estaría por las suyas, la supervivencia estaba sujeta a su astucia, a su instinto, como debería haber sido desde un principio.

Al otro día, la profesora le puso un tibio 6 al cuento de Juanber, le dijo que no era real, que: -un hamster no puede pensar y sentir todo eso-. Cierto, obviamente un hamster no podía pensar ni sentir todo eso, pero él si. Por eso lo había liberado en el parque. Ahora él estaba tranquilo y había vencido la crueldad de encerrar un pedacito de vida, solo por un caprichoso y raro placer visual.



Dedicado a mi hermanita, con todo mi cariño.


Imágen: Google