jueves, 16 de diciembre de 2010

Hay amores que marcan. ( Diario de un ex-seductor)


No nos conocíamos mucho, creo que si sumo el tiempo que estuvo dentro del local las veces que vino a comprar, nos conoceríamos unos 40 o 45 minutos. Poco sabía de ella, así como ella de mí. Sabía que se llamaba Púrpura, y que su marido era dj y viajaba seguido por el interior del país.
Vino con la madre una vez, lo recuerdo bien, sobre todo por lo que pasó después. Me presentó como: "el chico del que te hablé". Lo curioso fue que la madre no se sorprendió, no tanto como yo por lo menos, de que su hija casada le presente un pibe. ¿Qué le habría dicho de mí?
Lo que pasó después, una o dos semanas después, fue que vino a decirme que volvía de enterrar a su madre. Dicho esto con la mayor frialdad y sin asomo de lágrimas en sus ojos. No pude dejar de notar que no se la veía muy mal, y se lo dije, a lo que me respondió simplemente: "mi mamá era muy hija de puta, por eso no lloro".
En ese entonces, me desempeñaba como peluquero canino, a decir verdad era bueno bañándolos, no tanto cortándoles el pelo, pero de todas maneras me las arreglaba.
Púrpura venía cada tanto a comprar alimento para un gato que visitaba su casa, pero que no vivía con ella.
Entramos en confianza una tarde en la que nos pusimos a hablar sobre las fiestas de música electrónica, esa tarde me enteré que su marido era dj y que viajaba.
A partir de entonces empezaron las insinuaciones y los juegos de seducción. Yo no estaba del todo seguro de sus intenciones, dado su estado civil, podría tratarse solo de una necesidad de levantar su autoestima.
Esto no era así, una tarde mientras charlábamos se apoyó al estilo mujer fatal sobre el mostrador y me invitó a pasar la noche en su casa. El marido había viajado a San Luis.
Accedí, como me lo esperaba, si estoy querendón soy bastante facil.

Llegué puntual, luego de anunciarme al portero eléctrico, sonó la chicharra y empujé la puerta.
Por allá entre sombras se recortaba la figura de Púrpura apoyada en el marco de la puerta. Su casa era la última de un pasillo angosto casi sin iluminación.
Me hizo pasar, nos sentamos y me ofreció ensalada de frutas, hacía calor me acuerdo, era verano.
El departamento era chiquito, de un ambiente. Una mesa redonda se ubicaba al centro del comedor, que estaba rodeado a su vez por la habitación, la cocina y el baño.
Irónico o caprichoso el destino, no se bien cual, pero me llamó la atención un macizo cenicero de vidrio que estaba apoyado en una repisa a un costado de la mesa. Púrpura sonrió y me dijo que era realmente pesado, que con suerte lo podía mover para vaciarlo cuando se llenaba, claro que exageró un poco, no se veía tan pesado como para no poder moverlo.
Ella estaba hermosa, tenía sus largas piernas que tanto me gustaban al aire, apenas tapadas por una pollera negra. Estaba recién bañada, tenía el pelo mojado recogido en un rodete. Nos pusimos a charlar y a fumar, ella sacó unos porros de una cigarrera. Me explicó que fumaba la marihuana mezclada con tabaco, que así era como la fumaba un ex novio belga, del que se le había pegado la costumbre. La conversación iba y venía, más que nada sobre sexo.
Me empezó a desagradar la forma en que me hablaba, con el paso del tiempo empezó a tener un tono altanero, desafiante, y esta actitud empeoró cuando empezó a recordar hechos violentos. Hechos violentos que la tenían como protagonista, y en los que en su mayoría involucraban a sus parejas. Empecé a notar también que mientras hablábamos, ella dirigía miradas furtivas a mis espaldas, donde estaban las puertas entornadas del baño y la habitación. Estas miradas, sumadas a la paranoia de la marihuana, me hicieron pensar que no estábamos solos.
Púrpura siguió hablando en voz cada vez más alta y visiblemente más agitada, eufórica. Entonces decidí actuar para disipar mis dudas, la agarré de la cintura y la senté encima mio, con las piernas abiertas. Ella se soltó el pelo y me envolvió la cara con él, mientras me besaba. Empecé a acariciarle los muslos y fui subiendo despacio mis manos hasta que ella, agarrándomelas con fuerza me dijo: "no podemos hacer nada..."
Vi, o me pareció ver, que el cenicero de la repisa había desaparecido, sea como fuere, en ese momento recibí un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza. Es lo último que recuerdo de esa noche.

Me encontraron tirado no sé bien donde, ni cuantas horas después. La policía pudo corroborar que más de una persona participó del ataque.
Es curioso, recién hoy que me decidí a volcar esto en papel, es que me vienen imágenes que no recordaba, cosas que había olvidado, cosas que no me visitan a diario cuando, frente al espejo, veo las cicatrices que desfiguran mi cara.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

El del mejor mundo (con pequeña introducción).


Pequeña introducción.


Son muchas cosas, no es una sola. Una es que tuvimos al mejor, y no dicho por nosotros, el mundo entero lo reconoce. Otra es que tenemos al mejor en la actualidad, y si bien es cierto que este mejor, juega entre monstruos, y aquel mejor jugaba entre aceptables: este mejor descolla. A riesgo de sonar – o de ser- subjetivo, agrego que muchos de los nuestros lideran los mejores equipos del mundo. En suma: la ilusión, la mística, la realidad, el presente, el miedo que generan a los rivales esos 11 pibes parados en el verde césped, dan como resultado que todos y cada uno de nosotros creyera posible el sueño, alcanzar la gloria. Y es llamativo, porque, en todo caso la gloria será para ellos, para los jugadores, al quedar en los libros de historia, que el mundo del fútbol se arrodille a sus pies; y para nosotros… eso es lo llamativo. Para nosotros –los simples hinchas, o fanáticos, o lo que sea- significa mucho más.

Hay algo mágico entre el juego y lo que produce entre quienes lo juegan, no estoy muy documentado, a decir verdad, si bien sé que se ha escrito mucho sobre el tema. Pero sí lo juego, y lo jugué toda mi vida, y acercándome a los treinta cuento con amargura los pocos años que me quedan para seguir haciéndolo de manera –por lo menos- aceptable. Me prometí no meter la panza entre pendejos que me pinten la cara y me pongan entre los que más corren para que no haya afano ¡para no aburrirse ellos!

Y así están más o menos las cosas. Esto lo escribo bastante tiempo después de cuando surgió como idea, supongo que ya hice el luto, creo que ya estoy en condiciones de aceptar que esa hermosa mañana de sol, y a pesar de todo lo expuesto más arriba, volvimos a perder con Alemania en cuartos de final.

Me veo en la obligación, y ya para terminar con esta interminable introducción, de decir que la idea le pertenece a mi primo Pablo, yo simplemente lo estampo acá: pal´que quiera leer



El del mejor mundo.


El sol se imponía en la habitación desde el ventanal del balcón. La mamá escribía y reescribía y releía la tesis, su tesis doctoral, y de reojo conversaba con el bebé. El papá iba y venía, cambiaba los canales y veía los goles ya vistos, y comentaba los comentarios ya comentados. El bebé jugaba con sus trenes. Ese fue el cuadro que me recibió cuando entré al departamento. Repartí unos abrazos y unos besos y empecé a cebar unos mates ansiosos. En seguida nos pusimos al tanto de las novedades con el papá, mi primo.

Había ganado Uruguay, de manera pasional, en el momento en que no importaba nada más que ganar, dos tipos, a falta de uno, no dudaron en poner la mano y que se vaya todo al carajo, y les salió bien, y el sacrificio del expulsado no fue en vano. Pasaron a semis.

Se hicieron las 11, enmudecimos. Y antes de poder hacer alguna observación, gancho al hígado, uno a cero abajo a los tres minutos.


-tío… ¿fubás?

-a ver Lu, jugá con mami ¡que lindo este! ¿De qué color es?

-el pibe este está desorbitado, lo desborda como quiere, ¡mirá!


Las cosas no pintaban bien, había olor a esos días que no te sale una. Mi primo cambiaba algunas observaciones interesantes, con él mismo, porque yo le contestaba sobre otro tema, no podíamos creer lo que veíamos. Nos anularon un gol, bien anulado, a Tevez se le salió un botín, el mate completamente lavado quedaba ignorado de a ratos, y volvía a pasearse lavadito de mano en mano. Que manera de sufrir, en ese momento no tenía ganas de ponerme a pensar en lo asombroso que era que algo que estaba pasando tan lejos, me produjera semejante angustia.

El primer tiempo terminó así, sin grandes novedades. Los comunicadores sacaron rápido las estadísticas y las calculadoras para ir preparando la coartada en caso de que ocurriese lo peor.

Pero había algo más, algo que no era capaz de ser percibido por los sentidos rondaba en el ambiente. Sentimos como si un ángel nos hubiera convidado una idea. Y mi primo la exteriorizó en una pregunta: ¿si pudieras ahora mismo saber como termina, lo harías?

Le contesté que no, que era lindo sufrir, aventuré que eso le daba el sabor a las victorias. Pero no le negué que la propuesta fuera interesante, nos miramos un largo rato en silencio.

Acto seguido, hubo un suceso, un episodio que queda en el lector atribuirle valor de verdad. Por mi parte doy fe que lo que digo es cierto, lo cuento tal cual como sucedió.

Una niebla espesa cubrió la sala, uno podía poner la mano frente a la cara que no se la veía. Y se escuchó una voz, que hizo una pregunta. La misma pregunta que se había formulado casi como broma instantes atrás. Yo me negué, mi primo accedió. Un zumbido se hizo presente de menor a mayor, creció hasta el punto de ser insoportable para nuestros oídos y nos hizo cerrar los ojos con expresión de dolor. Al abrirlos, la niebla se había disipado, y el segundo tiempo empezaba.

Tardé unos 10 minutos en mirar a mi primo. Cuando lo hice, lo encontré pálido enterrado en el sillón, con la vista perdida.


-papi… ¿fubás?


Le toqué la rodilla y volvió en sí, le sonreí nervioso. Mi primo miró a su hijo y le volvió el color a la cara, miró a su mujer y le extendió la mano. Mano que ella apretó sin quitar la vista de su libro.


-¿y? ¿Ya sabés…?


La verdad es que quería saber, y no. Un tren voló por el aire y aterrizó en el mate, haciendo una hermosa montañita de agua y yerba en el piso. Volví a la pantalla, y mientras los alemanes nos tocaban la pelotita, empecé a pensar lo peor.


-quiero saber ¿cómo termina?

-tocól ten papi…

-uh hijito ¿chocó? Vamos a ponerlo en las vías de nuevo, chucu chú, chucu chú


Me puse de pie delante de la tele, saqué pecho, y viendo de reojo a mi primo arrodillado en el piso, armando un nuevo circuito con las vías de su hijo, dejé rodar por mi cara un par de lágrimas futboleras.