sábado, 12 de diciembre de 2009

Puro humo

Corría el año noventa y pico, pero no era lo único que corría, al menos por nuestra casa. Se había llenado ésta de unas cucarachitas que huían despavoridas al ser sorprendidas. En el cajón de los cubiertos, en el de las servilletas, dentro del horno, atrás de la heladera, en pocas palabras, habíamos sido invadidos. Miles de aerosoles repelentes habían fracasado, ya no había nada por probar. Tan habituados a verlas estábamos, que lo raro era no ver alguna al abrir la puerta corrediza de la alacena, uno se quedaba mirando a la espera de alguna rezagada...ahí pasó una, todo está en orden.

Pero la furia importadora que dominaba las tendencias de compra en aquella época, acercó a nuestra familia -además de algún que otro electrodoméstico- un milagroso veneno, totalmente desconocido, novedoso, y al que el rótulo de "importado" le otorgaba un aspecto infalible, demoledor, implacable. Se trataba de unas pastillitas, a las que debía acercárseles fuego y de inmediato había que abandonar la casa, herméticamente cerrada, claro está, durante algunas horas. Indicaba el prospecto que el humo que esparcía la pastilla liquidaba todo inquilino indeseado. Para papá y mamá, las pastillas representaban la solución, el fin de un calvario que ya había alterado sus nervios; para nosotros representaba un paseo por la avenida San Martín hasta Joman´s, la heladería situada a una cuadra del barrio Derqui.

Era verano, caminamos hasta la heladería. No me acuerdo si de la mano o descontrolados, pero me acuerdo que llegamos sanos y salvos. Siempre austera, mamá se pidió una tacita para compartira con Sole. Dani, Walter y yo nos pedimos un cucurucho, bañado -siempre me fascinó como sumergían el helado y no se les desarmaba- papá, se pidió un sundae, creo que más para explicarnos que era que por otra cosa. Si bien no eramos tan salvajes, nos habían advertido de ciertas normas dentro de la heladería, sobre todo hicieron hincapié en que tengamos cuidado al sentarnos, no sería para nada gracioso quitar las manchas de helado de la ropa.
La heladería estaba llena, era el lugar para comer helado de la clase media baja, no estábamos al nivel de Verona, la heladería careta del centro de Caseros. Nos ubicamos prolijamente en unos banquitos, sin grandes sobresaltos, los tres varones con nuestros esculturales cucuruchos negros. Sole y mamá, las dos señoritas, compartieron además, un silloncito. El sundae lo sirvieron a lo último. Fue recibir el sundae y ser el centro de atención de la clientela entera todo uno. Papá atravesó con aire solemne el salón, se dirigió a un cómodo sillón y mientras se sentaba nos miraba con aire victorioso, sus cuatro hijos lo admiraban por haberse pedido tan excéntrico postre.

Hubo un detalle que papá no cuidó, y era que el sillón al que se dirigía tenía trampita. Si uno se sentaba muy en la punta, se inclinaba hacia adelante y expulsaba la carga. Y eso fue lo que pasó, el excéntrico comensal, con ambas manos en el postre no pudo atajarse cuando se sentó en la punta del sillón y mientras el sundae volaba por el aire con destino a su camisa, las primeras carcajadas de Dani ya brotaban de su garganta. Todos reían, menos los pibes que atendían, que sabían que iban a tener que servirle otro, por cortesía aunque sea, y temían una reprimenda por parte de papá, que se la bancó como un duque y todo rojo insistió que le cobraran otro. No le cobraron el helado, pero le salió mucho más caro la pirueta, ya que no dejamos de gastarlo en todo el camino de regreso a casa. Quedó la anécdota, y la mancha de helado y frutas en su camisa.

Llegamos a casa todavía tentados, recordando las caras de los clientes, las carcajadas, lo gracioso de ver a un hombre grande sentado en el piso con el helado chorreando por su cuerpo, mientras que sus hijitos estaban todavía peinaditos y sin manchas de mayor consideración.
Mamá fue la primera en entrar, creo que esperaba ansiosa ver los diminutos cadáveres esparcidos por la casa, pero algo andaba mal. Fuimos entrando de a uno y la encontramos sonriendo en la cocina.
- Mañana vamos a comer helado de nuevo -dijo entre risas- me olvidé de cerrar las ventanas.

martes, 17 de noviembre de 2009

La ruta que lo parió

Hay ojos que no quieren ver, hay otros que no pueden, también están los que prefieren no hacerlo. De esos nunca tuve, de los que no prefieren. Los míos creo que fueron siempre de no querer. Ese día, dentro de ese auto detenido en un semáforo cualquiera, saliendo de Resistencia, hubiera preferido que sean de los que no pueden.
Entre cuatro troncos torcidos, clavados de manera tal que formaban un cuadrado, se hallaba el hombre. Un hombre sin nombre, pero no sin rostro. Los ojos del hombre deberían ser de los que prefieren no ver. Gastaba una barba de meses, tenía la cara arrugada de necesidad y estaba vestido con harapos.
Un techo de ramas y barro unía los cuatro postes, y lo protegía del fuerte sol. Una reposera vieja y gastada, un balde, una mochila y miles de bolsitas con cosas eran todas sus pertenencias. Con la mirada fija en la nada, parecía murmurar algo, estaría sacando vaya a saber que conjeturas.
Me sentí injusto, desagradecido, asquerosamente afortunado. No pude evitar cuestionarme cuan culpable era de la suerte de aquel.

Apenas unos minutos lo miré, y la desazón que le borraba todos los gestos de la cara empezó a apretarme la garganta. No aguantaría ni dos minutos viviendo así -pensé- supongo que esas cosas son de las que se hacen y ya. ¿Y él, habrá pensado que tampoco aguantaría dos minutos? Sin embargo ahí estaba, no imagino desde cuando.

Habrá sentido mis ojos clavados, porque empezó a mirarme. Sentí tanta vergüenza que desvié la mirada, sentí haberlo insultado con mi insistencia, me sentí un atrevido.
El hombre dio algunos pasos y empezó a acercarse al auto, trataba de decirme algo, supuse que quería insultarme, o preguntarme que miraba, a lo mejor querría una ayuda, por pequeña que fuese para él sería grande. Pero no. No quería nada de eso.
El semáforo encendió la luz verde y el auto avanzó, el hombre se acercó aún más y señaló su muñeca sucia con el dedo. Miré mi celular y antes de perdernos para siempre le grité: ¡Once y media!

lunes, 26 de octubre de 2009

Lo de la señora Anita

Mediodía en Salta. La localidad Coronel Juan Solá ostenta un poderoso sol que baña todo de ardorosa luz. En el uso popular, la estación del tren que ya no pasa le da nombre al lugar "Morillo"
Un viejo del pueblo me contó que los primeros cálculos que se hicieron del recorrido que tendrían las vias indicaban que atravesarían unos campos llamados "El cuchillo" y que ese sería el nombre de la estación. Hubo, según él, un error en esos cálculos y las vías no atravesaron esos campos finalmente.
Me contó también, que en aquel entonces se llevaba a cabo la construcción de un enorme galpón, y que en el proceso murió mucha gente, nombrando de esa manera tan poco feliz a la estación.

Nos dirigimos al comedor de la señora Anita, Morillo arde, el rugido del sol llega a nosotros a través del viento, que nos sopla aire caliente en el cuerpo sudoroso. Caminamos lento, el calor pesa, uno tiene la sensación de andar con un chango colgado de la espalda todo el tiempo. ¿Y la sombra? No hay, no está. La imagino apoyando la espalda en la pared, agarrándose como al borde de un precipicio, sin querer poner siquiera un pie en el suelo fulgurante.

En respuesta a la aridez del suelo, a las filosas y duras espinas, a lo agobiante del calor, a lo cambiante del clima, y a todas las dificultades que ofrece el Chaco seco, el salteño habla con voz suave, cantada, dulce. Con esa dulzura de voz nos atiende una de las hijas de Anita, nos recita los tres platos del día mientras pone el mantel de tela sobre la mesa.
La gente va entrando al tiempo que saluda y desea buen provecho. Hay un televisor, que sigo sin entender porque siempre está sintonizado en TN, como si a alguien en Morillo le modificara saber que aumentaron los taxis, o los peajes... no parece real la existencia de la ciudad cercada por autopistas, aturdida a bocinazos en aquel paraje tranquilo de suelo caliente.

Los perros de la casa deambulan por el lugar, y aunque parezca increíble -al menos para mí- no manguean a los comensales. Como si entendieran que se trata de un negocio. Se recuestan en los lugares frescos que encuentran y se acercan si uno los llama, siempre sin mendigar ni una miga de pan, reciben la caricia moviendo la cola y vuelven a su inmovilidad, a soportar el calor.

Es dura la vida en el Chaco- nos dice Anita secándose las manos en el delantal- El viento, el calor, uno tiene que recorrer mucho para conseguir las cosas para cocinar. Más de una vez tuve ganas de levantar las valijas y mandarme a mudar...y a pesar de ser tan vieja sigo trabajando, para ayudar a la menor de mis hijas que estudia en Salta, se recibe a fin de año de profesora de educación física...recién ahí voy a ir pensando en dejar de trabajar tanto...

Las mujeres comen juntas alrededor de una mesita, cerca de la cocina. El marido de Anita, siempre impecable, come solo, en silencio. Sus nietos juegan a su alrededor y él pareciera no notar su presencia, impasible, solo les dirije la palabra para retarlos. Ayuda atendiendo las mesas, pero no pone un pie en la cocina. El machismo está tan arraigado en el pueblo
como la miseria y la discriminación a los aborígenes.

Llegado a este punto no estoy seguro de donde se dirije este ¿relato? ¿crónica? ¿recuerdo? creo que lo único que me queda por hacer es pedir la cuenta e irnos, y agradecer por los casi 20 días que nos alimentaron y nos atendieron tan bien en ese lugar, El comedor San Lorenzo.

Foto: Mía

domingo, 25 de octubre de 2009

Como rejuvenecer 20 años

De mi inolvidable paso por el Chaco salteño, me traje algunas cositas que me gustaría compartir con los miles de lectores que, a diario, inundan este lugar buscando sedientos las novedades (exagero un poco, ya se que no buscan sedientos, apenas un poco curiosos). Sin más preámbulos, los dejo con mis amigos wichís: Juan, Carolina, José Manuel, Rosalía y Lucas. Ellos tuvieron la amabilidad de permitirme registrar como se divierten a diario.


lunes, 5 de octubre de 2009

Una nueva aventura


Desde mañana y hasta el 25 o 26 de octubre no voy a estar. Mis servicios son requeridos en otra provincia, esta vez con no tantas comodidades pero sí con las mismas satisfacciones, con la esperanza de seguir aprendiendo y la seguridad de estar a punto de vivir otra experiencia inolvidable. Les dejo un regalito para que se entretengan hasta que vuelva.

-Justamente. No hay nada que entender, ella misma me lo dijo la última tarde. Hay que creer. Yo tenía que creer simplemente lo que estaba ocurriendo, tomarlo con naturalidad: vivirlo. Como si se me hubiera concedido, o se nos hubiera concedido a los dos, un favor especial. Ese día fue una dádiva, y fue real. Y lo real no precisa explicación alguna. Ese sauce a la orilla del agua, por ejemplo. Está ahí, de pronto, está ahí de pronto porque lo iluminó la luna. Yo no sé si estuvo siempre, ahora está. Fulgura, es muy hermoso. Voy y lo toco y siento la corteza húmeda en la mano, ésa es una prueba de su realidad. Pero no hace ninguna falta tocarlo porque hay otra prueba; y le aclaro que esto ni siquiera lo estoy diciendo yo, es como si lo estuviese diciendo ella. Es extraño que ella dijera cosas así, que las dijera todo el tiempo durante años y que yo no me haya dado cuenta nunca. Ella habría dicho que la prueba de que existe es que es hermoso. Todo lo demás son palabras.

Imagen: Google
Fragmento: Carpe diem. Las maquinarias de la noche. Abelardo Castillo.

martes, 29 de septiembre de 2009

La casa en medio de la nada


Provincia de La Pampa, RN 152, kilómetro 690 (o 693, o 641) entre General Acha y Santa Rosa. Hay dos hombres sentados frente a su casa, situada a unos 300 mts de la ruta. Uno apoya los antebrazos en el respaldo de una silla de madera, gastada por el uso y mordidas las patas por los panzudos perros, el otro reposa en el suelo. De vez en cuando vuela un mate de una mano a la otra, en cámara lenta. A los costados el paisaje chato los aleja más de todo. Ven pasar los autos a toda velocidad, en busca de descanso y paz. Contentos y cantando en sus asientos de cuero los turistas los miran, durante unos segundos se ven (o creen hacerlo) a los ojos. Dura casi nada el mágico momento en que cambiarían todo por vivir la vida del otro, o tal vez menos. En seguida se dan cuenta que están más atados de lo que creen a lo que tanto odian, lo terminarían extrañando.

Un auto gris pasa a toda velocidad (¿de qué otra manera podría ser?) y sale despedido desde la ventanilla del acompañante un paquete de tamaño mediano, envuelto en papel madera, que cae pesadamente al costado de la ruta, ahuyentando a un grupo de gorriones que picoteaba una galletita arrojada instantes atrás, desde otro auto gris. Los hombres se miran con asombro, sueltan una palabra, o varias.

El de la silla se pone de pie, le pasa el mate a su compañero y emprende la marcha, lenta y tranquila hacia la ruta, ante la mirada atenta del que sigue en el suelo. Los gorriones vuelven a su galletita al unísono, en una perfecta vuelta en U, sin chocarse ni arrimarse demasiado las plumas, demostrando porque esa maniobra está prohibida solo para nosotros. Algunos curiosos se acercan al misterioso bulto, al que no le encuentran interés alguno y abandonan en seguida. Ya al lado del paquete el hombre lo toma con ambas manos, rasga el papel y descubre en su interior una bolsa de plástico transparente, duda unos instantes, solo unos instantes, ya seguro de lo que tiene entre manos cae redondo al piso, espantando a los gorriones.

El de la silla levanta las cejas, le pide el mate a su compañero y se pregunta que será lo que tiraron. El otro le pasa el mate y se pone de pie, se clava las manos en la parte baja de la espalda y se estira haciá atrás, haciendo sonar los huesos de la columna. Revolea la cabeza de manera brusca, primero a la izquierda, después a la derecha. Mete las manos en los bolsillos y se dirije hacia el paquete. Algunos gorriones picotean infructuosamente el envoltorio, tratando de abrirlo. Vuelan espantados ante la cercanía del hombre, que frente al petate arruga la cara y se rasca la cabeza. Apenas lo toma entre sus manos recibe una puntada infecta en la nariz, sin abrirlo lo arroja lo más lejos que puede al otro lado de la ruta. Algunos pájaros se aventuran a recoger los pedazos que se derraman en la aparatosa caída.

Ambos se ponen de pie, uno apoya el mate en el suelo y el otro hace lo mismo con la pava.
Uno con las manos en los bolsillos y el otro con la mirada en un chofer de micro que se viene durmiendo, mientras el copiloto juega con su teléfono celular. Están de acuerdo en que va a ser un lindo día, las nubes parecen haberse ido a decorar otros paisajes.
Agarran algunas piedras y apuestan un cigarrillo a que son capaces de pegarle a alguno de los gorriones que se amontonan alrededor de la galletita. Ninguno gana la apuesta. Una vez que dejan de caer piedras, los gorriones vuelven a la galletita.
El que estaba en el suelo recoge el paquete y lo sacude. Tratan de adivinar su contenido y apuestan otro cigarrillo, ríen de lo que vaticinan habrá adentro. Una vez abierto el paquete la carcajada estalla, espantando a los gorriones.

Un auto gris pasa a toda velocidad...

-¿Quebrán tirado ahí che...?
-...css...

jueves, 24 de septiembre de 2009

Fricciones

El cartel era un pedazo de chapa, o de cartón grueso, o una lámina de algún tipo de madera. Clavado en lo alto de un árbol anunciaba: "No me olvide, a 100 mts". Quizás sin coma, quizás con un tilde que no fue puesto por olvido, o por ignorancia. Una flecha indicaba la dirección a seguir, puesta allí como al descuido, dejando en duda la veracidad de que a 100 mts hubiese algo, sea lo que fuere.
La angosta calle de tierra rocosa, apretada por altos árboles a ambos lados, zigzagueaba subiendo y bajando, atenta a los accidentes de la zona montañosa.
Altas y frondosas las copas de los árboles tapaban la iluminación dispuesta por la municipalidad- cuando no fallaba alguna lámpara- dándole una oscuridad envolvente al camino. No es lo mismo correr alrededor del llano que ofrece la Facultad de Agronomía, el club Comunicaciones y el Arquitectura, con apenas una leve inclinación cerca de la estación Arata, a las empinadas subidas y bajadas de Bariloche. Tampoco es igual el olor a humo y a mierda de gato- y por qué no de vacas y caballos- al aire frío de montaña, que duele cuando entra por la nariz, que te infla los pulmones y te empuja los mocos para afuera.
Eran las 8 cuando empecé a correr, y veinte cuando vi el cartel, y para ese entonces el sol se escondía detrás del cerro, como pidiendo permiso.
"No me olvide" un pedazo de tronco tallado se embutía en una cerca baja de madera e indicaba el lugar. Era una casa baja, de construcción sencilla,
pobremente iluminada su fachada por una tímida lamparita, en el fondo se veían un par de hamacas olvidadas, de la chimenea salía un pequeño hilito de humo. Seguí cuesta arriba por el sinuoso camino, esperando con impaciencia el declive, las rodillas ya empezaban a mandar señales de alarma "ya no tenemos 15 años" parecían decir "20 tampoco" me recordaban los muslos. El camino se cerraba cada vez más, los árboles parecían crecer algunos metros con cada minuto que pasaba.
Un ovejero alemán y un labrador aparecieron delante de mí, con los dientes afuera y la cola erguida, más asustados que yo, pero también mejor preparados para el cuerpo a cuerpo. Abrí los brazos- con la idea de aparentar mayor envergadura- y emití un sonido grave, una mezcla de palabras, una súplica con tono de grito de guerra. Me ladraron desde lejos y desaparecí de sus vidas.
El aire puro me empujaba a seguir, el reloj me avisaba que llevaba 40 minutos de carrera, me invitaba a dar otra vuelta para completar la hora, decidí hacerlo. Muy a pesar de que la oscuridad me hacía forzar la vista, el piso borroso me empezaba a producir mareos, y el silencio natural a mi alrededor me estremecía. Me quité los auriculares que me cantaban "Postal nocturna" y me concentré en el entorno. Ningún perro ladraba ya, el único ruido que se escuchaba era el de las piedras friccionando unas con otras bajo la suela de goma de las zapatillas. Los mocos me hacían tironear, jadeaba, el sudor me corría por las sienes. La luna se tapó con una nube, como arropándose con ella, los árboles rieron, y el camino se escondió aún más en ellos.
La sensación de que alguien te está mirando la conocí a través del cine, creo que era la primera vez que la sentía en carne propia. Me vino a la mente el extraterrestre de "Depredador" oculto espiando entre la maleza, pero lejos de reirme de mi ocurrencia apuré un poco más el paso. Otra vez el cartel, apenas visible ahora, me pareció ver la flecha aún, de refilón como dicen, aunque se me antojó que en vez de una flecha había una cara sonriente, pero que sonreía con malicia, no con alegría. Desde el cartel hasta la casa baja, de construcción sencilla, la oscuridad era total, el miedo empezó a tironearme de la campera -¿miedo de qué?- son solo 100 mts- pensé. A lo lejos vi la débil luz que clareaba una porción de sendero, ya más cerca de ella disminuí el paso, envalentonado por la seguridad que brinda la luz. Ya iluminado por completo por la pequeña lamparita empecé a caminar. Algo se me clavó con violencia en el muslo derecho, ingresó por atrás y perforó de lado a lado la pierna blanca de mi bermuda albiceleste. Fue desde allí y desde el tobillo que me tironearon al costado del camino, al pie de los infinitos árboles.


Foto: Mía

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Eramos pocos...

El día jueves 9 de septiembre de 1982, vine en compañía de mis hijos, hasta ese momento dos, de mi esposo y del muchacho que trabaja con él, al hospital para que el médico me practicara la revización quincenal de mi embarazo. Pero en el momento de verme, me ordena que me interne, pues ya tenía 4 cm de dilatación, y yo no podía creerlo, me entró miedo y desesperación. Pero como no tenía mucho tiempo salí a buscarlos para avisarles y para encargarles que me trajeran el bolso.

Así, de esta manera tan particular se anunció la llegada de mi tercer hijo varón, al que llamamos Sergio Darío, quién pesó al nacer 3, 600 kg y midió 55 cm. Nació a las 17:45 del día citado más arriba.

Esta carta la escribo el día sábado 11 de septiembre en la habitación 239 del Hospital Francés donde todavía estamos bajo control médico mi hijo y yo.

Sara.

1 manta
1 batita lana
1 batita fina
medias
pañal

sábado, 29 de agosto de 2009

El camino de los sueños


Luk:

Me siento en la necesidad de hacerte un par de aclaraciones. De hacer una especie de confesión, no es que necesite confesar algo terrible ni mucho menos, nada más lejos de la realidad. El caso es que estoy haciendo algo con una doble intención, y vos no te das cuenta de la segunda, vos solo ves la primera. En este momento no tenés la posibilidad de entender mis palabras, lo vas a hacer dentro de varios años, pero esto me pasa hoy, y lo tengo que sacar hoy. No quiero dar más vueltas, y voy a ir al centro de la cuestión, que es justamente, las vueltas que damos. Yo te doy los indicios y te digo que vamos a salir, y vos aceptás enseguida, te encanta estar en la calle, y a mí me encanta estar en la calle con vos, allá vamos.

Con tu papá estamos armando una especie de podio con tus preferencias. Lo que encabeza la lista es mamá, mamá le gana a todo. Nos dimos cuenta que los sabores nuevos -mientras lo son- tienen un gran poder, pero mamá les termina ganando. No hay juegos, canciones, ni cosquillas que mantengan su jerarquía ante la imprevista aparición de mamá, inclusive el sonido de su voz hace que tires a la mierda lo que tengas en la mano y salgas gateando a toda velocidad a su encuentro. Lo que podríamos poner en segundo lugar son los perros, te siguen gustando, a pesar de haber visto muchos. Me obligás a seguir cuanto perro se nos cruza, al grito de "ua ua" o "uaua uu" y yo corrijo enseguida "perro, perrito". No quiero que le digas gua-guau a los perros, supongo que lo vas a hacer igual, no es tan grave después de todo.
¿Y la calle que puesto ocupa? La calle es algo que no puedo ubicar, estar en la calle te hace olvidar hasta de mamá, la ves subir al auto, y le abrís y le cerrás la manito, haciendo la seña internacional de chau. Pero no me animo a ubicarla dentro de tus preferencias, porque la calle te estimula desde todos lados, estimula todos tus sentidos, no hay con que darle, descubrís un mundo a cada paso que damos. Ahora eso sí, en la calle y con mamá sí que le gana a todo, eso sí que no tiene rival.

Pero sigo dando vueltas, y no voy al centro de la cuestión: a las vueltas. Resulta que según tengo entendido, de entre las miles de cosas que no saben hacer los bebés, se encuentra la de dormirse, vos en efecto sentís sueño, pero no sabés como hacer para dormir, ahí es donde entro en juego, ahí es donde meto mi segunda intención, es ahí donde se acciona el mecanismo que abre la compuerta para que transites el camino de los sueños.
Al principio camino normalmente, con naturalidad, sigo a los perritos, me paro ante la gente que te quiere ver de cerca (
No hay persona que nos crucemos que no me diga lo lindo que sos, y es cierto que sos lindo. Aunque sabemos que eso te tiene sin cuidado, tu pureza no tiene manchas de vanidad) Pasamos por el jardín de la plaza del avión, miramos a tus colegas jugando en el recreo, seguimos a las palomitas, nos reímos, aplaudimos, en fin, disfrutamos del paseo. Pero de pronto empiezo a caminar más despacio, me empiezo a mover como en cámara lenta, y cada uno de mis pasos es acompañado por un pequeño zarandeo, de un lado a otro empiezo a hamacarte. Vos te das cuenta que estamos yendo más lento, pero técnicamente seguimos paseando, se podría decir que no tenés porqué protestar. Ya no transitamos las calles principales sino que empezamos a zigzaguear entre las interiores, las rodeadas de árboles, y de pronto, con la voz más dulce y melosa que puedo, empiezo a susurrar:

Love me tender,
love me sweet,
never let me go.
You have made my life complete,
and I love you so.

Love me tender,
love me true,
all my dreams fulfill.
For my darlin' I love you,
and I always will.

Y cada vez camino más despacio, cada vez te zarandeo un poquito más, me detengo ante las rejas para que sigas los barrotes que van y vienen, y te canses, y de a poquito gatees por el camino de los sueños. Un perro nos ladra desde el patio de la casa y lo miro con odio, como si tuviera culpa de algo el pobre.

Love me tender,
love me sweet,
never let me go.

A veces te acaricio la cabecita, o una oreja, cuando no me sacás la mano, y entre bostezos, tocándote la nuca con la seña también internacional de tengo sueñito, te metés de lleno en el camino. Si el sol está fuerte y te pega en la cara, se convierte en mi enemigo, te incomoda, tengo que meterme rápido en la sombra o se me va todo al carajo.

You have made my life complete,
and I love you so.

Love me tender,
love me true,

Pero en los días fríos es mi aliado, metido en la wawa, envuelto en la mantita celeste, el sol te hace cerrar los ojitos y te envuelve un sopor que no admite resistencia. El canto de los pájaros, la tranquilidad que transmiten los centenarios árboles, los pocos autos, todo dispuesto para que entres al camino.

all my dreams fulfill.
For my darlin' I love you,
and I always will.

Como tantas otras cosas, también es un placer verte dormir. Una vez que te dormiste vuelvo al cuartel general, entramos en silencio, vamos hasta tu pieza y reclino el cochecito hasta dejarlo horizontal, te acomodo en él, me aseguro que no tengas la orejita doblada, y ahí te dejo. Después estaciono el cochecito cerca mío y me pongo a leer, mientras espero que recorras el camino, vos andá tranquilo nomás, que yo te miro.

Canción: Love me tender- Elvis Presley.
Foto: Mía.

sábado, 15 de agosto de 2009

¡Vuela halcón! (parte II)

Era el cumpleaños de Dani, el mayor de los cuatro. El timbre sonaba, los regalos y los invitados iban llenando la casa. Había en el comedor un mantel lleno de chizitos, palitos, papitas, y circulaban versiones sobre la aparición de las consagradas medialunas con jamón y queso, seguramente en paralelo con las no menos prestigiosas pizzetas. Al invitar cada uno de nosotros a uno o dos amigos propios, las edades de los presentes iban desde los 5 hasta los 11 años. Todos interactuábamos como podíamos, sufriendo los más chicos algunos abusos por parte de los mayores, nada traumático ni demasiado doloroso, pero abusos al fin. Alguien dijo algo acerca de lo que nuestra nueva mascota era capaz de hacer - o de no hacer, mejor dicho-, y este rumor fue creciendo durante la tarde-noche, haciéndose cada vez más fuerte, creando una curiosidad que de a poco se apoderó de los invitados.

Resulta que muy a pesar de nuestra primera experiencia con un pájaro como mascota, papá y mamá insistieron ¿La explicación? Un intento desesperado por contentarnos con un animal que representara un gasto menor en cuanto a alimentación, y un menor esfuerzo en cuanto a limpieza. La tortuga ya había pasado a ser una piedra más en el pedacito de tierra -ahora que lo pienso ese animal se consagró en supervivencia, era más común encontrarnos tratando de sacarla de su caparazón que acercándole un pedazo de lechuga.
Fue por azar que descubrimos que el nuevo pájaro no volaba, aleteaba con vigor pero se mantenía solo algunos segundos en el aire, cayendo pesadamente -por lo general- a nuestras manos. Este descubrimiento hizo que el animal pasara por las más diversas actividades, tan poco frecuentes para uno de su especie. Por ejemplo lo bañábamos ¿alguien bañó un pájaro alguna vez? Nosotros sí. Nos lo tirábamos como si fuera una pelota, la dificultad de atraparlo aumentaba porque el pájaro cambiaba el rumbo con su aleteo desesperado. Lo poníamos en laberintos improvisados con ladrillos, etc, como dije más arriba, cosas que por lo común un pájaro en cautiverio no hace.

El reloj merodeaba el momento de las medialunas, Dani creyó oportuno reunirnos a todos en el patio y comenzar con el espectáculo. Nadie decía nada, los que sabían que el ave no volaba, no lo decían para no arruinarle la sorpresa a los que no lo sabían. Los más chicos -mis amigos y los de Sole- estaban en silencio, quietos. Se formó un semicírculo en torno a la jaula, que estaba en el mismo lugar que la anterior, de hecho, era la misma jaula.
El semicírculo se abrió para darle paso a Dani, que con la escalera en la mano pasó en silencio. Me pidió que le sostuviera la parte de abajo, con una solemnidad que me provocó la mayor de las seriedades. Trepado en lo alto, tomó al animal con la derecha mientras se sostenía con la izquierda. Luego bajó cuidadosamente, despacio. Una vez en el piso, encerró al pájaro con ambas manos, las llevó hacia abajo arqueando un poco su cuerpo, luego las levantó mientras decía: ¡Vuela halcón!... y halcón voló, tomando casi el mismo camino que su antecesor. Un silencio sepulcral se apoderó de la escena, una broma y una risita se perdieron en la oscuridad de la noche, siguiendo el camino del pájaro seguramente.
Desde adentro, una voz que no estaba al tanto de lo que sucedía en el patio, avisó que estaban las medialunas. De a uno fuimos entrando en silencio. No volvimos a saber nada del pájaro, ni tuvimos otro como mascota, lo que si tuvimos fue un pollo, pero esa es otra historia.

martes, 11 de agosto de 2009

Proyecto Luka

Es la primera vez que me toca formar parte de algo tan importante. En ninguno de mis trabajos anteriores tuve tanta responsabilidad como en este. Y sin embargo tamaña responsabilidad no me genera contracturas, ni stress, ni trastornos para dormir, sino todo lo contrario, me deposita cansado y contento por las noches en mi cama. Un amigo me dijo una vez que mi trabajo consiste en ser importante en la vida de alguien. Consiste en eso y en brindarle a una persona amor, seguridad, higiene, salud, alimento. Cosas básicas bah, nada de otro mundo, cosas mucho más necesarias que un plan de marketing, o un estimativo de cobranzas... tanto más necesarias.

Hay oficios que rozan con la felicidad al igual que el mío, como el de catador de helados, el de juez de bikini open, el de crítico de cine, por citar algunos, pero ninguno de estos llena como el mío, ni siquiera el catador de helados, palabra.

¿Requerimientos para el puesto? No muchos, ni tan difíciles de encontrar en cualquier mortal. Antes que nada amor, cariño y respeto. Después podrían ser, paciencia -toneladas de ella- sentido del humor, un altísimo poder de interpretación, madurez, reflejos -agacharse y quitar un pedacito diminuto de algo que tiene como destino la boca, antes de que llegue a ella, claro- tolerancia para repetir millones de veces el mismo chiste, o frase, o sacudón, o sonido, o cosquilla.

Pero no todo es color de rosa, es más, puede volverse marrón oscuro, o negro. Pero es solo un momento, y lo más complicado -al menos en este caso- es mantener a mi protegido ocupado mientras se le practica el cambio de calzones, pues no le gusta, él prefiere la desnudez total - ¡qué vivo! ¿quién no?.

Ya no tengo compañeros de oficina, salvo que considere como tales a: un tren que toca cuatro canciones, varios globos -ya desinflados- libros con dibujos pésimos que chillan cuando se los aprieta, ladrillitos de plástico, un mouse roto, y varias de las infaltables pelotas.
A veces se queda la mamá (esos son los días más complicados, que ya tocaré en otro momento), a veces el papá, a ellos no se si contarlos como compañeros de oficina, o como jefes...los voy a seguir llamando primos por ahora.

Ayer me di cuenta que hay algo que no hago hace un montón, algo que hacía todas las noches, que vengo haciendo desde que empecé a trabajar hace más de 10 años ¿qué es? irme a dormir molesto, enojado, con la frase "mañana tengo que ir a laburar la puta madre". Y no lo extraño para nada, nada nada, soy niñero, soy tío, soy, en suma, feliz.


¡Gracias Fer por el título!

viernes, 7 de agosto de 2009

Benito (Vida roída)


Me agazapo, me hago una bolita peluda en un rincón y ruego que nadie se me acerque. Quien me ve y no me conoce, hasta puede llegar a suponerme una criatura tierna y dulce. La verdad es que estoy lejos de esa ternura, no lo soy para nada.

Me acercaron un espejito una vez, y pude comprobar que mis ojos transmiten una simpatía asombrosa. Mi naricita que se mueve al compás de mis finos y rosados labios, mostrando mis grandes paletas, conmueve a quien los mire.

Pero no, no soy tierno, ni dulce, ni siquiera amistoso. Quiero tener a los demás lejos, donde no puedan tocarme ni molestarme. También esa es una manera de asegurarme de no lastimar a nadie, cosa que no disfruto de hacer, no es que cause un gran daño, pues mis dientes diminutos no son capaces de matar, pero sí de hacer doler. Y así paso mis días, encerrado en esta prisión de cristal, que me permite ver todo lo que me pierdo. Dando vueltas en esta ruedita que si bien no me lleva a ningún lado, mantiene en forma mis músculos, evitando que se atrofien.

Me instruyo dentro de mis posibilidades, soy autodidacta, nadie se acerca ni se acercó jamás a enseñarme nada. Lo poco que se, lo aprendí solito, encerrado aquí, viendo.

Y me refugio, me cuido de la mano que me acarició y me hizo sufrir. La misma mano que me alimentó y me mimó, y tiempo después, de manera inesperada, me atormentó y me hizo doler. Es más fácil no dejarme querer y alejar a todo y a todos, quedarme solo. Quizás cuando la sombra fría de la muerte empiece a helarme los huesos, quizás ahí me arrepienta. Y digo quizás, porque si me mantengo sin querer a nadie, durante toda mi vida ¿quién va a llorar mi deceso? ¿Y en quién voy a pensar con nostalgia en mi lecho de muerte? Lo que puede pasar también es que estando con los músculos de la mandíbula duros, enfriándome de a poco, abandonando este mundo, me arrepienta de no haber querido a nadie, y me sienta solo, y mi tristeza de no ver algún ser querido acelere mi muerte.

Pero todas estas son conjeturas, la realidad es que no hubo ser que se acercara y no me hiciera sufrir. Es normal, mejor dicho es instintivo escaparle al sufrimiento. De una u otra manera tratamos de evadirlo como mejor nos sale. En mi caso no tengo tantas opciones, estando aquí encerrado no puedo hacer mucho más que alejar a todos los que se me acerquen. Con agresividad, simulando una ferocidad que en mi interior se que no poseo, pero que me es imperioso hacerles creer que sí.

Al parecer mis captores encuentran divertido despertarme de manera abrupta. Escucho sus carcajadas luego de hacerlo. La verdad es que sufro horrores. Me encuentro durmiendo plácidamente y de repente una mano me aprieta el lomo. Mi reacción, que aparentemente es la que despierta las risas, es darme vuelta lo más rápido que puedo, mostrando los dientes, con los ojos cerrados. Totalmente indefenso a pesar de mi fiereza. Supongo que mi carita llena de viruta, mostrando mis grandes paletas resulta chistosa. Hay un poder, desconocido para mí, que transforma la crueldad en algo gracioso. Debe ser el mismo poder que me depositó en esta prisión, siguiendo vaya Dios a saber que móvil me confinaron hace más de un año en esta caja transparente. Todavía no descifré que espera de mí esta gente que me mantiene aquí dentro.


Juan Bernardo relee por última vez su escrito. Corrige algunas palabras que detecta ilegibles, luego de esto le pasa el texto a su madre, quien le señala algunas faltas ortográficas. Realizadas estas últimas modificaciones, lleva la birome al comienzo de la hoja y estampa el título de su obra: “Vida roída”. La madre le sugiere algo más alegre como “El hamster Benito” o “Benito y yo”, pero Juan Bernardo no lo cree oportuno y le indica que en ese caso ella escriba al respecto y le ponga el título que quiera. Esa misma tarde, Juanber (así lo llamaban en su casa) depositó a Benito en el jardín, pidiéndole disculpas en nombre de su cruel hermano por las torturas sufridas. Le prometió no volver a encerrar a ningún semejante, y le advirtió de los peligros que lo acecharían en el futuro. De ahora en adelante, Benito estaría por las suyas, la supervivencia estaba sujeta a su astucia, a su instinto, como debería haber sido desde un principio.

Al otro día, la profesora le puso un tibio 6 al cuento de Juanber, le dijo que no era real, que: -un hamster no puede pensar y sentir todo eso-. Cierto, obviamente un hamster no podía pensar ni sentir todo eso, pero él si. Por eso lo había liberado en el parque. Ahora él estaba tranquilo y había vencido la crueldad de encerrar un pedacito de vida, solo por un caprichoso y raro placer visual.



Dedicado a mi hermanita, con todo mi cariño.


Imágen: Google

domingo, 26 de julio de 2009

La costumbre no es buena, pero el animal descansa

Los rubios rulos bañan el pecho del que podría ser su hijo. Las manos de ella acarician ese cuerpo novato, que minutos atrás la embestía desaforadamente, infatigable, con fruición. Él se fuma su cigarrillo en silencio, recopilando los detalles que serán contados, los que serán exagerados. Y espera, espera que ella termine de hablar para amarla otra vez, experimentando una erección con solo pensar, y ella lo nota, y le pone fin a su monólogo.

Las mañanas son todas iguales, uno a uno van llegando los esclavos y antes de encadenarse a su silla, se reúnen en la cocina y juegan a ser libres, comentan la actualidad taza en mano. Alguien dispara un chiste que ofende y divierte. Por unos minutitos disfrutan de pertenecer a la misma manada.
Se esfuman las sonrisas ante la aparición de Eduardo, que luego del buen día elige a su presa y averigua que se está haciendo por mantener saludable la fortuna. Empujándose unos a otros, se desparraman, interrumpido el pastoreo por la presencia del depredador, y miran de lejos al desdichado, al que no pudo escapar. Todos se compadecen, es que saben que algún día les va a tocar a ellos, es la ley del reino animal. La fortuna crece, nadie reclama lo propio, el trabajo aumenta, el miedo paraliza, Eduardo viaja, su mujer le pregunta, el hijo reclama.


-...boluda 5 veces...
-
-no, no,no, no, no sabés...
-
-...¡¡¡siii!!! malll...
-
-...tiene 21 años ¿qué querés?

Eduardo acomoda las fichas sobre el paño verde, el aire viciado lo embota, lo abstrae. La adrenalina de arriesgar tanto le produce una erección. El vértigo de la apuesta le hace olvidar a su familia, le recuerda el sudor acre de las prostitutas, gana, recupera algo de lo perdido, y se va.
Sus viajes a Córdoba lo llenan de anécdotas, le gusta la fama que se ganó entre sus amigos, ahora sí es el que la tiene más grande.

Los rubios rulos se sacuden en el aire, sus uñas se clavan en las muñecas del que podría ser su hijo, él le dice cosas, y hace que ella le diga otras. El que podría ser su hijo aprende a desconfiar, se decepciona antes de tiempo, conoce el desamor, el despecho, y le gusta, saca provecho de ellos.

Las brasas gritan al recibir las gotas de grasa que chorrean del rojo alimento, y de manera sabrosa musicalizan la anécdota de Juan Pablo. La inmortal jarra con fernet pasa de mano en mano, la euforia aumenta, los detalles son vitales.
-La mina tiene guita, el marido es director de una empresa o algo así, pero no le da bola...
-
-Por lo menos 6 o 7 veces cada vez que la veo...
-
-Es que el tipo viaja mucho, y ella manda al hijo a la casa de un amiguito...
-
-Está buena en pelotas, sí...
-
-
39, pero muy bien llevados...

La boca de Eduardo se deshace en disculpas, su tez morocha se esconde detrás de la palidez mortal que ilumina su rostro, la camisa impregnada de sudor acre recibe unos golpes, los rubios rulos rodean las manos que tapan la cara que destila gotas de bronca.
Uno a uno los esclavos llegan y se congregan en la oficina, parece que a Eduardo lo echaron de la casa, y el escándalo hizo tambalear su continuidad en la empresa. Ahora la manada se mira con recelo, varios de ellos tienen chances de tapar el hueco, de escalar un peldaño. Algunos empiezan a mostrar los dientes, Juan Pablo se lamenta, los rubios rulos le acarician el rostro, en un beso de despedida.


martes, 21 de julio de 2009

Siempre una risa hay

Las cosas que nos tocan vivir, o soportar, o las que decidimos experimentar, son las que van moldeando nuestro caracter, nuestra forma de actuar, de ver la vida. Es indudable sin embargo, que hay cosas con las que ya venimos de fábrica, y nos acompañarán por siempre.
Hay características que uno tiene, que nos encastran con los otros, como una tuerca en una llave fija.

A mi hermano Daniel, siempre me unió el humor. De alguna manera u otra, yo me las ingeniaba para sacarle una carcajada. La mayoría de las veces con comentarios atinados, espontáneos, de esos que tienen gracia especialmente por ser dichos en el momento justo, no tanto por lo que expresan. En otra cantidad de casos - no tan menor- por cosas que me pasaban. Y si hay algo que Dani tiene es la habilidad para encontrar graciosa la desgracia ajena. Y si hay algo que yo tengo es una torpeza grande, y una marcada predisposición para el accidente.

Hubo una época en la juventud de mi papá, en la que se dedicó al ciclismo, y si bien nunca se destacó en esta disciplina, nos inculcó la costumbre de andar en dos ruedas. Y desde chicos ya nos sacaba a dar unas vueltas. Recuerdo haberme ido desde Caseros hasta Morón con él un domingo (esa vez fue a sacar plata de un cajero y por poner una clave incorrecta perdió tanto su tarjeta como la de mi vieja, pero esa es otra historia)

Al principio -mucho antes de haberme ido a Morón- en mis comienzos como ciclista, aún no estaba habilitado para desplazarme por la calle. Mi terreno eran las veredas, tanto más accidentadas. Yo usaba una de esas "auroritas", de esas que se doblan a la mitad, de color rojo. Era un rodado chico, y para que me rinda la pedaleada, y estar más o menos al ritmo del resto, tenía que esforzarme y pedalear con movimiento frenético.
Solíamos andar en un predio que alguna vez estuvo cerca de alojar la villa 31 de Retiro, y que una intervención de los vecinos detuvo la brillante idea de agregar un asentamiento más al barrio. Mis dos hermanos y mi papá giraban en torno al parque por la calle, y yo lo hacía a toda velocidad por el pasto de la vereda, Sole no andaba todavía en bici. Mi atención se centraba en esquivar las ramas más bajas de los árboles y sus raíces sobresalientes, me desplazaba a toda velocidad por la alfombra verde, que despedía ese exquisito olor a pasto recién cortado.

En la vorágine de esquivar tantos obstáculos, y con la seguridad de que nada podía pasarme - ya que iba por el camino seguro- no calculé que el pasto ocultaba ciertos peligros. Al ser mi bici de un rodado chico, la rueda delantera se encajó en un pozo, y me clavé en el lugar. Todo mi cuerpo se fue hacia adelante y lo que detuvo la inercia de mis 30 kilos en su vuelo frontal, fue el pequeño sten.
Antes de darme cuenta de lo que me había pasado, escuché un ¡¡¡BUOOOOOO...JAJAJA!!! de mi hermano Dani, claro, y a pesar de haberme dado un golpe grande en los testículos, no pude más que sonreír al verlo todo colorado, llorando de la risa.

Como lo hice reir ese día.

domingo, 12 de julio de 2009

Tire y empuje

Una puerta cerrada puede significar algo que se perdió, o algo que se desconoce. Puede ser algo que decidimos dejar atrás, que decidimos olvidar. Se puede pensar que constantemente las atravesamos, desde que somos chicos, hasta que creemos dejar de serlo. Por ejemplo puedo pensar que la primera vez que viajé solo al colegio atravesé una puerta, o la vez que decidí mentirle a mi papá en la cara. Una puerta que me abría el camino a lo que creía que era el mundo adulto. La puerta que no pude abrir en mi primer trabajo, que después de empujar como loco me di cuenta que desde adentro me hacían señas para que tire de ella. Y al entrar me preguntaron si iba a tirarla abajo antes de buscar otra manera de abrirla. Y siempre creyendo que la puerta que me tocaba trasponer era la que me depositaba entre los grandes. Como la vez que le di dos vueltas a la llave en la cerradura de lo que sería mi primer hogar, mi primer aleteo lejos del nido. Mis ganas de que el mundo se rinda a mis pies porque pagaba un alquiler.


Hay puertas que casi todos tenemos abiertas, y que nosotros mismos nos encargamos de cerrar. En mi caso decidí dejar de estudiar y cerré una, pero abrí otra, que me hizo conocer el significado de algunas palabras: sacrificio, explotación, ignorancia, progreso, lucha. Me crucé con gente que se encargaba de abrirlas, de contarle al que tenga ganas las posibilidades detrás de las que se mostraban cerradas; hubo otros que se encargaban de cerrarlas, que disfrutaban de bloquear caminos.

Existen otras que sabemos que si las atravesamos, difícilmente podamos volver atrás, que aún sabiendo el riesgo que corremos necesitamos cruzar, esa necesidad de pertenecer que cuando se es adolescente y no se tiene guía dicta los pasos. Que nos pueden llevar a hacer idioteces, desde meternos algunos gramos de cocaína hasta robar un almacén, desde pegar una trompada hasta abandonar el hogar.


O puede ser la puerta de una casa abandonada que se abre para que descubramos el amor, de la mano de una novia temblorosa. O la puerta de un círculo de gente totalmente ajeno, de esa familia que nos investiga y nos dispara preguntas sin miramientos para saber (si es que se lo permitimos) cuantas y cuales hemos traspuesto. La puerta de esa oficina que al abrirla me mostró una pendeja de mi edad, en un trabajo que no le gustaba, que no entendía del todo, y que consistía en darme uno a mí, o no, y por eso la abrí con una sonrisa y traté de seducirla, como si con eso me asegurara el puesto. Lo que conseguí fue ubicarme en la cima de los babosos que le habían tocado entrevistar ese día. Puertas que me tocaron golpear a lo largo de los años que si bien no son muchos, considero que fueron intensos.

Puertas contenedoras, puertas mentirosas, puertas negadoras, puertas que contuvieron fieras, puertas que me salvaron manteniéndose cerradas.

Una puerta que se abrió para darle paso a un hombre, que arrodillado ante sus cuatro hijos lloró como un nene, porque venía a comunicarles lo que había sentenciado la vida.


Puertas, accesos, logros, desdichas. La puerta de un boliche que se me cerraba porque los patovicas y yo no teníamos el mismo parámetro de lo que era estar en pedo. La puerta del auto de mi hermano mayor, su primer auto, que primero amó y luego odió como le pasaba con casi todo. Puertas que uno vuelve a visitar, que salvo por un cambio en el color de la pintura, están iguales que siempre. Una puerta que se cierra y aprieta mis deditos inquietos. Una puerta que se me cayó en la cabeza una vez, que no me lastimó pero me asustó mucho. Una puerta que no supo contener los sollozos del otro lado.


Una puerta cerrada y mi indignación desde el suelo ¿No era que no cierra una puerta sin dejar abierta una ventana? Me quedo en el suelo, y revuelvo todo, si no hay ventana abierta tiene que estar la llave tirada por algún lugar.

jueves, 9 de julio de 2009

Como nuevo

...un recién nacido rojizo, ciego y ensangrentado, saliendo por entre las piernas abiertas de la mujer que durante nueve meses lo fabricó, lo alimentó y le dio abrigo y que, una vez que ha logrado zafar la cabeza de los labios que la comprimen, irrumpe aullando, con los puñitos vindicativos y apretados, haciendo estremecerse, a medida que aparece, todo el cuerpito blando y arrugado, la masa vibratoria hipersensible y a medio terminar, hecha todavía casi exclusivamente de nervios y cartílagos, que aterriza en este mundo para manchar de sangre la sábana blanca de la maternidad.


De: La pesquisa. Juan José Saer

miércoles, 1 de julio de 2009

Quedate un añito más

- ¿?
- Cuadrado
- ¿?
-Triángulo
- ¿?
-Círculo

Había algo raro en ese "¡muy bien Sergio!", que descubrí mucho tiempo después...

La abuela y mamá tuvieron una conversación esa mañana, sin nombrarme ni mirarme, pero algo me hizo creer que se referían a mí -siempre fui un poquito perseguido-
"se lo digo cuando llegamos...si pregunta..."

Sole venía a upa de mamá, Walter y Dani sueltos, unos pasitos más adelante, yo agarrado de la mano libre.
Mientras avanzábamos por la vereda donde ya se veían grupos de padres amontonados en la puerta, iba creciendo la angustia de los cuatro. Walter y Dani ya no caminaban tan adelante, lo hacían cada vez más cerca de nosotros, Sole parecía un koala apretándose a ese cuello, mostrándole la nuca enrulada al mundo. Al cruzar el portón, Graciela, la vicedirectora, intentó en vano hablar con Sole, recibiendo como respuesta los rulos, que acarició sonriéndonos. "Digan hola chicos" "está bien, está bien, dejalos, tienen sueño...¡hola bebé!..."

El patio descubierto mostraba en su final la escalera que esperaba a los dos mayores, ya más cancheros en esto de empezar las clases, partieron a enfrentar su destino luego de darnos un beso. Al quedar nosotros tres, sentí que nos unimos más, sentí menos ganas de separarme que nunca.

Vi a Ariel Solesi y a Nicolás Corsi, dos compañeros del año anterior...vestidos de blanco, me miraron, saludaron con la mano en alto y se perdieron en la misma escalera que mis hermanos.
¿No debería ir yo también hacia arriba?

En la puerta de la sala azul, un pibe un año menor que yo, o dos, buscó a gritos y patadas la posibilidad de volver a su casa con su madre, falló.
Creo que en este tipo de casos, en los que uno ve a un colega sufriendo, y por algo que uno mismo está por hacer, el llanto se vuelve tan contagioso como el bostezo. Y a mí se me había hecho un nudo en la garganta, como si me hubiera tragado una bufanda.
- ¿vos no vas a llorar no?
Eso fue un golpe bajo...
- no...- una segunda palabra hubiera desatado el vendabal.

Llegamos a sala roja, Liliana nos recibió. Me resultaba muy familiar esa salita, los que me resultaban ajenos eran ese grupo de pibes vestidos de naranja. No me moví del umbral, Liliana y mamá conversaron de algo, volví a escuchar algo así como "en algún momento va a preguntar...no te preocupes...quedate tranquila Sara...¡hola bebé!"
Llegó el beso de mamá, Sole me sonrió desde allá arriba, y me dejaron. La puerta roja de la sala roja, era verde por dentro, y yo ya lo sabía, esa mano que me agarraba, yo ya lo conocía, los dibujos, los juguetes...
Cuando luego de algunos pasos mamá se dio vuelta para acariciarme a la distancia, yo ya había descubierto la verdad, y fue por eso que no lloré con todas mis fuerzas, por eso que no pataleé hasta ponerme colorado y quedar todo transpirado, por desconcierto, no por guapeza. Al rato seguramente ya ni pensaba en eso, me distraje con alguna pavada y fue como si nada hubiera pasado...

-¿Cómo se llama esta figura?
- (...oia...esa la conozco) Cuadrado
-¿Y esta?
- (...que fácil...) Triángulo
- ¡muy bien Sergio!, dejá a los chicos ahora... a ver...¿esta?
- (¿cómo nadie la sabe? es facilísima...yo la digo) Círculo
-...muy bien Sergio...


lunes, 29 de junio de 2009

Tan parecidos, tan distintos

-¿Quién te parece que es el mejor escritor?
- Ni idea, no los leí a todos, no creo que alguien pueda o haya podido...
- Bueno ¿quién es el que más te gusta como escribe de los que leíste?
- Tengo varios favoritos, muchos que considero excelentes. Y eso que no terminé de leer su obra...
-¿Creés que tenés algo de esos que más te gustan?
- Claro, varias cosas, creo que tengo un poquito de cada uno...
- Ah...groso...¿por ejemplo?
- ...por ejemplo: de Arlt, el color de pelo, negro bien oscuro. De Cortázar la altura. De Dostoievsky las letras "k" e "y" en el apellido. De Genet una novela. Dejé de fumar igual que García Márquez. Decían de Faulkner que escribía como un ángel, mi abuela se confundía y a veces me llamaba Angel. Ivan Turguiénev era amigo de Tolstoi y lo admiraba, yo lo admiro también, y hubiera sido su amigo de haberlo conocido y de haber sabido hablar ruso. Al igual que a Borges, La invención de Morel me pareció un libro perfecto. Como Kafka, escribí muchos relatos que no tienen final. Y puedo seguir.
-...

Para el que sienta que pierde su tiempo leyendo mi bloc, dejo la opinión de alguien que coincide con esta idea. Pido disculpas por haberlos agredido con mi prosa, no estuvo nunca entre mis intenciones

Del escritor y filósofo José Pablo Feinmann puedo decir que he visto algunas veces su programa del canal encuentro, y que es sumamente interesante. Lo que tengo en común con él es que nunca nos leímos, y que fui una sola vez a la feria del libro.

viernes, 26 de junio de 2009

¡Animal! ¡bestia! ...ojalá

Al cruzarme con una hilera de hormigas, tengo mucho cuidado en no pisar ninguna. Calculo con presición milimétrica el paso, ya que con la canoa que llevo de pie, podría matar 10 o 12 clanes enteros de las pobres de un solo pisotón. Y no me siento un boludo haciéndolo, sé que lo soy -eso alivia un poco la carga- pero por otras cosas, no por respetar una forma de vida "inferior". Son inferiores porque no inventaron el colectivo, o no disfrutan de un buen helado de limón, pero cuanto nos llevan de ventaja en esto de tirar todos para el mismo lado, en esto de basar sus pasos en quien viene adelante, asegurando de esta manera los del que viene atrás.
La fuerza bruta es y ha sido entre los hombres una señal de poder, de demostrar virilidad, estos bichitos levantan 50 veces el peso de su propio cuerpo. ¿Quién se la banca?
Un amigo solía preguntarte ¿vos tenés mucha fuerza? y ante una respuesta afirmativa escupía en el suelo y te decía: levantá eso.


Uno puede llevar los cuernos del toro y ni enterarse, o enterarse y sentirse desdichado y con ganas de morir o matar ¿pero cuantos pueden decir que tienen la determinación de aquel, que mutilado y arponeado por todos lados persiste hasta su último aliento en hacer mierda al turro que lo martiriza?

Dejar un cachorro atado para que con sus asustados gritos atraiga a otros de su especie es una forma de caza. Si con esta técnica se pretendiera cazar gente, podrían pasar años antes de que alguien se acerque a ver que le pasa a la persona que pide ayuda. Nosotros ignoramos, preferimos seguir adelante si lo que vemos no nos afecta directamente, es más fácil declararse incapaz de acción "te juro que verlo me partió el alma, yo no sé, pobre gente. ¿la pizza de ayer? no, tirala, si nadie la va a comer"

Hay tantas cosas que debería uno aprender de las bestias. Los perros no tienen recuerdos, su cerebro no revive momentos anteriores con nostalgia, viven el presente, sin pensar en lo que vendrá ni en lo que quedó atrás. Sin angustiarse porque te fuiste, pero alegrándose al volverte a ver. No le resto importancia a la memoria, es muy valiosa. El secreto es, me parece, combinar el no olvidar con disfrutar de cada momento que nos toque vivir. A veces me doy la impresión de estar jugando al chancho, con solo un segundo para ver lo que tengo en las manos, y el resto del tiempo concentrado en lo que descarto y en lo que me dan. Voy a tratar de ser perro
-jugando al fútbol ya lo soy- y vivir con intensidad el hoy. Tratar de ser más hormiga, ir más en fila con mis pensamientos e ideas, con la fuerza y decisión de un toro, aún con el cuerpo lacerado.

martes, 23 de junio de 2009

Un camino de mil pasos

Me gustaría liberarme, dar rienda suelta a la imaginación y crear algo hermoso. Apretar las teclitas sin darme cuenta y de a poco darle forma a una pieza que me deje conforme. Que me permita ver una mueca en la cara de quien lee, por más mínima que sea, dándome el placer de saber que le llegué a alguien, con algo, por algún sitio. No el reconocimiento de un montón de gente, no un premio o una nota en la radio, no un libro tapa dura con una fotito mía poniendo cara de escritor, solo un pedacito de pantalla con alguna que otra idiotez que me merezca un comentario de la gente que respeto, de la gente que considero importante en mi vida.
Esto es algo que por ahora no consigo, y me (nos) entretengo con este montoncito de palabras que intentan decir algo. Un pensamiento que probablemente no sea mío, influcenciado (sin darme cuenta, claro) por algo o alguien a quien haya tenido el placer de leer (y en el peor de los casos robarle) sea que escribo todo esto, de antemano pido perdón en tal caso, y le estoy agradecido, por supuesto.

lunes, 8 de junio de 2009

En seguida vuelvo

La cara de desazón de los comerciantes con el negocio vacío, es imposible de pasar por alto. Es esa mirada en blanco, con los ojos clavados en el aburrimiento, un cerebro que no para de pensar como hacer para mejorar las ventas, y un cuerpo que se pone a barrer la vereda para no agarrar a patadas todo lo que lo rodea. Los comerciantes se liberan de la tiranía opresora y explotadora del jefe, para esclavizarse a su propio negocio. Déjenme un lugar para la ironía, che.
El placer de ser su propio jefe, borra el tener que dedicarle todo su tiempo al negocio, aún cuando está cerrado, sobre todo cuando está cerrado.
Esto se da en mayor o menor medida en todos los casos. Sin embargo, mi objetivo no es llegar al lugar común, que tanto nos molesta. El caso que hoy reclama mi atención, si bien está relacionado, es totalmente distinto.
Se trata de una pequeña oficina de 3x3, con dos escritorios sin computadoras, un teléfono y un mueble con carpetas. Esto es lo que se observa a través de la vidriera, que es todo el frente del local. Entre los dos escritorios hay colgado en la pared un escudo cruzado por dos espadas, atento a un inexplicable detalle medieval. A las claras es un lugar aburrido, en el que nadie querría pasar 8 horas diarias, con una para comer. Y menos que menos cuando les cuente que el lugar pertenece a la industria del fiambre, a los sepelios.
Lo particular del caso, es que nunca hay nadie en este lugar, siempre está vacío.
Desde hace más de 4 días, hay pegado en la puerta un papel escrito con fibrón negro que dice: "EN SEGUIDA VUELVO, POR URGENCIAS LLAMAR AL 15-3182..."
¿Urgencias? ¿Cómo sería tener que hacer un servicio fúnebre de urgencia?
- Hola...sí, bien, bien, mirá, te digo rapidito, tengo un pariente que enterrar y estoy viajando al exterior mañana, ¿cómo podemos hacer? ¿querés que te lo lleve para ir ganando tiempo?

Es un tema delicado el que toco, lo sé. Por eso voy a tratar de ser cuidadoso.
Entiendo al dueño del lugar (que llamaremos Elio), no debe estar nada bueno pasar el día en un local esperando que alguien se muera para tener algo que hacer. Además de ser un negocio en el que no se puede hacer nada para mejorar las ventas, es solo cuestión de tiempo...
Me imagino cuando alguien se lo cruza a Elio en la calle y le pregunta:
-¿Y? ¿El laburo?
-...bien, levantó un poco ahora...(gracias a la gripe, al mosquito...)
Supongamos que una persona tiene un familiar enfermo y Elio le pregunta como anda todo. La pregunta pareciera recordarle al familiar del afectado "cualquier cosa ya sabés, llamame al 15-3182..."

Cuando alguien tiene un problema laboral-legal ¿no es mirar al tío abogado lo primero que hace? Si se te ocurre levantar un hornito de barro en el patio de tu casa ¿no le chiflás a tu primo albañil para que te dé una mano? Con este tema pasa lo mismo, Elio debe haber tenido que ver en la organización de todas las muertes que hubo en su familia, y con la de alguno que era medio conocido de alguien, aunque con fastidio, seguro que también.

Y ya para ir cerrando, alguna que otra buena para Elio hay, claro que sí. Por ejemplo ofrece un servicio del que nadie, absolutamente nadie está exento de usar, al menos una vez en la vida. Sus usuarios no presentan quejas, y no se ve obligado a mostrarse simpático con su clientela, por decir algunas. Por mi parte, espero no tener que hacer uso de sus servicios por un tiempito más, pero por ahora dejo de hablar del tema, se me hizo largo este asunto, la verdad, quedé muerto.

domingo, 7 de junio de 2009

Es por nuestro bien

Al encontrarme en un mes plagado de exámenes (3, y ya di uno) me queda menos tiempo para escribir en este, mi hogar virtual. Pero no se asusten, vamos a seguir, solo que de manera un poco más espaciada durante las dos semanas siguientes.
Cualquier duda que les surja, no duden en consultar una enciclopedia, casi seguro la respuesta estará allí.



Imágen: Google

viernes, 5 de junio de 2009

Cita de viernes por la tarde


La verdad es que la vida no tenía misterio. Era solamente más larga que cualquier calle. Su finalidad era solamente aceptarla, encontrarla bonita, para después devolverla debajo de una primavera de tierra o de piedra.


De: Rua Descalça. José Mauro de Vasconcelos.

miércoles, 3 de junio de 2009

Comuñe

Ayudado por una sillita verde, se pone de pie y equilibra su cuerpo con una danza tambaleante, moviendo la pelvis hacia adelante y hacia atrás, como haciendo girar un ula ula invisible. Sin tener conciencia de su belleza, ni de lo que provoca en los que lo ven, nos muestra esa sonrisa de encías, arruga la cara haciendo "viejito" y el mundo entero se concentra en 60 centímetros.
Es la razón de ser de ellos, es el pensamiento de todo el día, es sus ganas, sus deseos, es el recuerdo de los que lo vemos poco, pero que atesoramos cada segundo que nos regala.
Él interpreta lo que le dicen aún sin entender el significado exacto de las palabras, de la misma manera que habla y se hace entender sin pronunciar alguna.
-¿A ver como camina Santiago?
Y Santi se larga, con los brazos extendidos, abriendo y cerrando las manitos, viendo a lo lejos su premio, la recompensa por la hazaña que está a punto de realizar. El primer paso es el que más le cuesta, separa un pie lejos del otro y con un pequeño esfuerzo logra afianzarse, pareciera estar bailando estilo robot. Sonrisa de por medio mete un segundo, y un tercero, ellos se alejan un poco para estirar unos pasitos más la caminata. Un montón de brazos atentos custodian su travesía, para protegerlo del piso frío, alentándolo a que siga, un pasito más, y otro, él camina porque sabe que no está solo, caminá Santi, caminá que siempre vas a encontrar un par de brazos dispuestos a abrazarte cuando llegues. Y finalmente llega, y aprieta su sonrisa contra el pecho de ellos, volviendo allí, al lugar donde estuvo desde el primer día.

sábado, 30 de mayo de 2009

Inseguridad- Lo que hay que saber.

La inseguridad es algo con lo que lamentablemente aprendimos a convivir. Roban, asaltan, y todos sus sinónimos los encontramos a diario en nuestros periódicos y noticiosos. Es por eso que decidí ensayar una suerte de guía práctica, para saber que hacer y que no hacer ante un hecho de esta índole.


Robos en la vía pública.


Siendo víctima.

No intente resistirse, procure mantener la calma, recuerde que muchos de los crímenes violentos son provocados por reacciones de las víctimas. No sea policía, eso enfurece a los delincuentes.
Camine si se lo indica así el mal viviente, quédese quieto caso contrario. Limítese a entregar lo que se le pide, ni más, ni menos. El "movicon" es el celular, el "sarso" es el anillo, "habilitá las marrocas" es dame las pulseras, "la soga" es la cadena, "cerrá el orto" es callate la boca, "quedate piola la concha de tu madre" es no te muevas ni grites por favor. Familiarícese con estos términos, los delincuentes también necesitan meter muchos robos en un día para que les rinda, no tienen tiempo para explicaciones. Una vez entregadas sus pertenencias, a pesar de sentir que ya no hay nada más que hacer, no intente retirarse ni pregunte si ya está. Es derecho y obligación del ladrón dar por terminada la entrevista.
Y por último, obedezca las instrucciones post robo. Por lo general ellos no constatan que así lo haga, pero si le dicen: "¡Vas a caminar tres cuadras para allá, y una para allá. ¡Sin correr! ¡Y no te des vuelta la concha de tu madre porque te meto un tiro! ¡¡Hijo de puta!!". Hágalo,siga al pie de la letra las instrucciones, no le quite el único momento poético al asalto. Creo que es todo por ahora, con eso va andar bien. Recuerde estar calmo y piense que lo más valioso que tiene es su salud y su libertad, que los dioses lo protejan.


Siendo victimario.

Elija bien, no caiga en el error de seleccionar a su presa al azar, basándose en las apariencias. Sígala unas cuadras, visite los mismos negocios, pise las mismas baldosas, pídale fuego, pregúntele por alguna calle ¡amenácelo de muerte si no le da toda la guita!
Atenti con los que se quedan calmos, los que llevan la tranquilidad hasta la indiferencia por lo general están preparando algo para usted ¡Ojos abiertos!.
Para darse cuenta si su víctima es un policía usted tiene varios caminos. Por lo general van vestidos de azul marino y llevan un escudo con un gallo en los hombros, o la chapa en la billetera y la 9mm en el bolso si van de civil. Cuide ese detalle, a los policías no le gusta mucho que los asalten a mano armada.
Golpear a la víctima no es algo recomendable por varias razones. Si usted es apresado, estos golpes adicionaran tiempo a su condena; por otro lado, cuando una persona golpea a otra en la calle, llama poderosamente la atención del resto de los transeúntes.
No se olvide del miedo, el miedo es algo que tiene que estar presente durante todo el tiempo que dure el hecho, insulte, amenace, degrade, todo lo que se le ocurra para asustar sirve, pero recuerde, en voz baja para no alertar al resto de los transeúntes.
Antes de liberar al infeliz, piense si ya obtuvo todo lo que deseaba, si ya le sacó todas las cosas de valor. Llamarlo nuevamente, habiéndolo liberado, le deja al asaltado la sensación de que no fue un golpe dado por un profesional. Esto pone en juego la credibilidad de quien lo robe después de usted.
Espero haber sido de utilidad, recuerde comprobar que su arma esté cargada antes de salir, y buena suerte.

Imágen: Google.

miércoles, 27 de mayo de 2009

A hacer acera

Hay cada vez más gente dispuesta a caminar menos, la cantidad infinita de autos que atiborran las avenidas me lo demuestra a diario. Claro que uno no puede pretender caminar desde Luis Guillón a Hurlingham todos los días, pero en algunos casos se abusa del automotor.
Deberíamos aprender de nuestros hermanos del reino animal a darle más uso a nuestras extremidades inferiores. Los chanchos no andan en moto porque no saben, o no pueden acelerar con las pezuñas, o porque no distinguen los colores del semáforo, sin embargo andan felices a pie, o a pata, y entre la mierda, eso es cierto, y para nada envidiable.

Hay que salir a caminar, por el bien propio y por el de todos, para disminuir los accidentes de tránsito y mejorar la circulación, para fomentar el conocerse con los vecinos, y erradicar la bocina de nuestras calles.

Siguiendo con los animales, pero pasando de los que están arriba de los autos a los que tenemos como mascotas, me acerco al (a mi entender) mejor de todos, el perro.
Seguramente se habrán preguntado más de una vez ¿Cuántos kilómetros es capaz de recorrer mi perro? ¿Ah no? Bueno, yo se los voy a reponder igual. Y con varios ejemplos.
Todos conocemos al menos un perro de esos denominados "pelotudos" que no se quedan quietos, esos perros que no paran de dar vueltas. Fue observado uno de estos ejemplares y se calculó que recorría un círculo de 3 metros de diámetro. Es decir que con cada vuelta que daba recorría algo así como 9 metros. Se le calcularon un promedio de 30 vueltas por minuto, dando un total de 18 km por hora. Este adorable e incansable (y re-pelotudo) can le dedicaba 5 horas a esta actividad, dando un resultado total de 90 kilómetros diarios sin dar muestras de cansancio.
Hay perros de caza que siguen rastros recorriendo 230 kilómetros de un tirón.
Otra prueba de esta habilidad es la persecución de los galgos tras el zorro durante dos días, en los más rápidos se contabilizaron 750 kilómetros sin parar. Un montón, no jodamos.

Hagamos como nuestro mejor amigo, caminemos. No digo todos de la mano, no digo todos para el mismo lado, pero al menos pisemos un poco esta tierra de la que nos consideramos dueños. La próxima vez que estés por salir, evaluá tus opciones, en una de esas cambiás el sonido metálico de las llaves del auto por el de la correa de él, que te va a escuchar, y se va a poner contento.

Fuente: Psicología y adiestramiento del perro. León F. Whitney- Ediciones Bellaterra

viernes, 22 de mayo de 2009

¡Vuela halcón! (parte I)

Estábamos jugando en la vereda, los cuatro hermanos y los dos primos. Papá trabajando, mamá y la abuela mateando, charlando, cuidando de reojo. Su presencia nos recordaba lo que pasaría si nos peleábamos, o nos mandábamos una cagada.
No hacía mucho se había muerto Sultán, un perro de mi abuela casi ciego, que a pesar de sus años y de su ceguera, jugó con nosotros hasta el último día. Y lo acariciábamos, que para eso son las mascotas, para acariciarlas. Y con ganas de acariciar a mi mascota me escabullí en la casa. Silbando bajito, como dicen. Mamá y la abuela ni me miraron, siguieron la charla, creo que susurré "voy al baño" por si acaso. Atravesé el pasillo y llegué al living, desde la cocina llegaba el ruido del motor de la heladera, afuera había corridas y risas, el resto de la casa en silencio, toda para mí.
Salí al patio y miré hacia arriba, ahí estaba, inquieto, atrapado, lo supuse aburrido, asustado. Después me di cuenta que estaba esperando ansioso que se le presente una oportunidad como la que se le presentó.
Agarré la escalera y la apoyé sobre la pared, comprobé que nadie me observara y comencé a subir despacio, para no ponerlo nervioso. Una vez en la cima, comencé a abrir la pequeña puertita de la jaula.
Necesitaba acariciarlo.

-15 años después-

Walter se escarbaba peligrosamente la boca con un cuchillo y reía. La conversación, como es costumbre en nuestros asados, giraba en torno a anécdotas graciosas o accidentadas.
-Me acuerdo que lo vi entrar calladito y dije "este va a joder al pájaro" y luego de un rato lo seguí. Me quedé escondido en el pasillo, sin hacer ruido. Al asomarme vi que apoyaba la escalera al lado de la jaula, como me había imaginado. Esperé que estuviera arriba de todo, corrí al patio y le grité ¡¿Qué hacés?!
Una carcajada interrumpe el relato, es que varios de los presentes conocen el descenlace. Walter dice que lo mejor fue mi cara al ver a la mascota sobrevolando el patio, alejándose a toda velocidad.

Desesperezo...

Y se despertó, se frotó los ojos y estiró los brazos. Y dijo, se dijo:
-...no tengo ganas...
Y miró el reloj, que a esta altura ya lo considera como un enemigo.
-¿El reloj? ¿O es el tiempo mi enemigo? Mejor el reloj, el tiempo es algo muy grande. Tanta gente trató en vano detenerlo, o retrocederlo, disimular su paso, o entenderlo... mejor me la agarro con el reloj.
Todo tal cual lo dejó la noche anterior, un quilombo. Viendo las cosas que iba a extrañar durante el día se metió en el baño. Una vez limpio y seco se vistió, (hoy la camisa va arrugada, y al que no le gusta...) salió y se tomó el bondi.
Una jornada más de hacer lo que no quiere, queriendo lo que no puede, esperanzado en que, algún día logrará lo que se merece.