sábado, 12 de diciembre de 2009

Puro humo

Corría el año noventa y pico, pero no era lo único que corría, al menos por nuestra casa. Se había llenado ésta de unas cucarachitas que huían despavoridas al ser sorprendidas. En el cajón de los cubiertos, en el de las servilletas, dentro del horno, atrás de la heladera, en pocas palabras, habíamos sido invadidos. Miles de aerosoles repelentes habían fracasado, ya no había nada por probar. Tan habituados a verlas estábamos, que lo raro era no ver alguna al abrir la puerta corrediza de la alacena, uno se quedaba mirando a la espera de alguna rezagada...ahí pasó una, todo está en orden.

Pero la furia importadora que dominaba las tendencias de compra en aquella época, acercó a nuestra familia -además de algún que otro electrodoméstico- un milagroso veneno, totalmente desconocido, novedoso, y al que el rótulo de "importado" le otorgaba un aspecto infalible, demoledor, implacable. Se trataba de unas pastillitas, a las que debía acercárseles fuego y de inmediato había que abandonar la casa, herméticamente cerrada, claro está, durante algunas horas. Indicaba el prospecto que el humo que esparcía la pastilla liquidaba todo inquilino indeseado. Para papá y mamá, las pastillas representaban la solución, el fin de un calvario que ya había alterado sus nervios; para nosotros representaba un paseo por la avenida San Martín hasta Joman´s, la heladería situada a una cuadra del barrio Derqui.

Era verano, caminamos hasta la heladería. No me acuerdo si de la mano o descontrolados, pero me acuerdo que llegamos sanos y salvos. Siempre austera, mamá se pidió una tacita para compartira con Sole. Dani, Walter y yo nos pedimos un cucurucho, bañado -siempre me fascinó como sumergían el helado y no se les desarmaba- papá, se pidió un sundae, creo que más para explicarnos que era que por otra cosa. Si bien no eramos tan salvajes, nos habían advertido de ciertas normas dentro de la heladería, sobre todo hicieron hincapié en que tengamos cuidado al sentarnos, no sería para nada gracioso quitar las manchas de helado de la ropa.
La heladería estaba llena, era el lugar para comer helado de la clase media baja, no estábamos al nivel de Verona, la heladería careta del centro de Caseros. Nos ubicamos prolijamente en unos banquitos, sin grandes sobresaltos, los tres varones con nuestros esculturales cucuruchos negros. Sole y mamá, las dos señoritas, compartieron además, un silloncito. El sundae lo sirvieron a lo último. Fue recibir el sundae y ser el centro de atención de la clientela entera todo uno. Papá atravesó con aire solemne el salón, se dirigió a un cómodo sillón y mientras se sentaba nos miraba con aire victorioso, sus cuatro hijos lo admiraban por haberse pedido tan excéntrico postre.

Hubo un detalle que papá no cuidó, y era que el sillón al que se dirigía tenía trampita. Si uno se sentaba muy en la punta, se inclinaba hacia adelante y expulsaba la carga. Y eso fue lo que pasó, el excéntrico comensal, con ambas manos en el postre no pudo atajarse cuando se sentó en la punta del sillón y mientras el sundae volaba por el aire con destino a su camisa, las primeras carcajadas de Dani ya brotaban de su garganta. Todos reían, menos los pibes que atendían, que sabían que iban a tener que servirle otro, por cortesía aunque sea, y temían una reprimenda por parte de papá, que se la bancó como un duque y todo rojo insistió que le cobraran otro. No le cobraron el helado, pero le salió mucho más caro la pirueta, ya que no dejamos de gastarlo en todo el camino de regreso a casa. Quedó la anécdota, y la mancha de helado y frutas en su camisa.

Llegamos a casa todavía tentados, recordando las caras de los clientes, las carcajadas, lo gracioso de ver a un hombre grande sentado en el piso con el helado chorreando por su cuerpo, mientras que sus hijitos estaban todavía peinaditos y sin manchas de mayor consideración.
Mamá fue la primera en entrar, creo que esperaba ansiosa ver los diminutos cadáveres esparcidos por la casa, pero algo andaba mal. Fuimos entrando de a uno y la encontramos sonriendo en la cocina.
- Mañana vamos a comer helado de nuevo -dijo entre risas- me olvidé de cerrar las ventanas.