miércoles, 28 de diciembre de 2011

Mitos, costumbre y recuerdos...

De las tantas costumbres que mi abuela nos imponía, creo que la que más odiaba era la de secar el baño, y era, por supuesto, la que más a desgano hacía. En eso estaba, esa noche de septiembre que trato de traer a mi memoria, cuando decidí que el baño estaba lo suficientemente seco y salí.
Abrí la puerta y mamá pasó delante de mi, casi sin verme. Que raro que no me sonrió, pensé. Y mientras me secaba los pies y me ponía las ojotas, ella llegó hasta la cocina y se sentó.
Ya con las ojotas puestas, agarrándome la toalla para que no se caiga, miré en dirección a ella, y pude ver clarito como le decía a papá, agarrándose la cabeza: no me siento bien Carlos.


Me senté en mi cama, para terminar de secarme y empezar a vestirme, y si bien mentiría diciendo que vaticinaba lo que se venía, también mentiría diciendo que no sentí nada raro, y que no tenía un miedo que no podía explicar.


Mamá volvió a pasar delante de mi, también sin mirarme ni sonreirme, pero esta vez en brazos de papá, quién la arrastraba abrazándola de frente, nombrándola y diciéndole mi amor casi a los gritos. Aún hoy, varios años después, puedo ver sus piernas flotando, la veo desplazarse sin apoyar los pies, arrastrando la puntita de los dedos. 


Todo lo que siguió lo tengo confuso, algunas partes me las contaron y otras las inventé, supongo.
Me acuerdo que, inexplicablemente y aunque me duela reconocerlo desde mi agnosticismo, agarré una biblia que tenía, una biblia para chicos que me habían regalado en catecismo, y me metí en la cama a leerla mientras lloraba. Me acuerdo también que no entendía ni una palabra de lo que leía, y que ya algunos días después, me detuve a pensar en el gesto, en el hecho de haber buscado refugio en ese libro. Hoy creo que Mi planta de naranja lima me hubiera ayudado mucho más.
Dani, mi hermano mayor, fue quien llamó a la ambulancia, fue quien describió los sucesos y los síntomas, y quien suministró los datos: mujer, 39 años, ni alcohólica ni tabaquista. Madre de cuatro, faltó decir, y columna vertebral de un inmenso grupo de gente, entre los que había familiares y amigos.


Me contaron que mis dos hermanos mayores fueron a esperar la ambulancia hasta la avenida, que tardó bastante en llegar. Que papá sacó el revolver y amenazó a todos los que estaban en esa pieza, que le dijo al médico que la atendía que si no la salvaba lo mataba ahí nomás, peor que a un perro, y que durante semanas lo único que hizo fue ir al cementerio y estar tirado en un sillón, dejándose crecer la barba.


Lo que yo me acuerdo es que nos encerraron a los cuatro en la pieza de Sole, mi hermana menor, y que empezaron a caer familiares, incluso los que no venían nunca. Me acuerdo que escuché gritos, probablemente era papá el que gritaba, revolver en mano, amenazando a Dios y María santísima. También escuché llantos y lamentos, y gritos de dolor.
El último recuerdo que tengo de esa noche, es el de papá entrando a la pieza, envuelto en un silencio total y absoluto. Recuerdo que se arrodilló y dijo unas palabras, y que después de escucharlas los cuatro nos tiramos encima de él y lloramos como nunca.


- Me tienen que ayudar en lo que hay que hacer... mamá no está más con nosotros...



jueves, 3 de noviembre de 2011

Cerrado en las sierras


Abre, saca la sierra y cierra el armario.Sale apurado, sin cerrar, pues tiene la esperanza de encontrar abierto "Puertas"
Sigue el camino de tierra, en la casi ya noche cerrada, y aunque se sepa que están, apenas se ven las sierras.
Un jinete le cierra el paso para saludar, era Puertas.
- Cómo anda Puertas- sonríe, se cierran las manos en un saludo. Justo iba a verlo por esta sierra.
- Recién cierro- dice Puertas, abriendo apenas la boca. Venga a las casas que seguro tengo repuesto, casi seguro.
- ¿Y si erra? Puertas abra un segundito nomás, estamos a una cuadra...
- Cuando se está por cerrar y llega alguien se lo atiende, pero así... venga a casa o mañana a la mañana cuando abra el negocio, hágame la gauchada Paredes.
Viejo cerrado- pensó Paredes. No iba a hacerle el gusto, no gustaba de abrirle heridas a su orgullo, por más pequeñas que fueran.
- Voy mañana cuando abra- dijo para cerrar. ¿a qué hora abre, Puertas?

Volvió a su casa, entró y cerró tras de sí. Abrió la heladera y miró, no había nada. Al rato sonó el teléfono. ¿Paredes? Era Puertas riendo: no había errado, en las casas tenía.





miércoles, 31 de agosto de 2011

Uno y el mismo verso

Todo empezó una tarde de viernes a bordo del 146. Cada vez que se acuerda, una sonrisa le adorna la cara. Incluso cuando me lo contó, lo hizo con una alegría inmensa.
Me contó que la vio de casualidad. Un conductor insultaba al chofer del bondi, y cuando apartó la vista del libro que leía para ponerle rostro al puteador, estaba ella. Serena, preciosa, apenas arreglada y con las mejillas algo coloradas. Primero pensó que vendría del gimnasio, luego descubrió que ese era el color normal de su cara. Tan linda, con esa belleza casi angelical que tienen algunas mujeres. Nunca vimos un ángel, pero el término belleza angelical se entendió cuando lo dijo, y como suma al relato lo trascribo. De cabello rubio, muy finito.
No me animé a hablarle ese día- me dijo- pero nos miramos a los ojos varias veces. Si yo la miraba, ella me estaba mirando.
Semanas enteras esperando el viernes, día en el que saliendo de la facultad, la encontraba en el 146. Hubo veces en las que, siguiendo vaya a saber que instinto, dejó pasar uno, o dos, y al subirse, ahí estaba ella. Eso es el destino en todo su esplendor. Sentadita, sola, con la mirada distraída. ¡Esperando verlo!- me aseguró.
Era maestra de primaria, el delantal blanco con voladitos la delataba. Le calculó la misma edad que él. Hasta en eso coincidían. A veces iba escuchando música.
Ya se imaginaba el momento de presentarla en su casa, a sus amigos, yendo juntos al parque Centenario a tomar mate. Ah, me olvidé de mencionar lo más importante: se bajaba en la misma parada que él, por lo tanto no viviría muy lejos. ¡Además eran vecinos! ¡Cuantos temas en común para charlar!
Viernes a viernes, las miradas se prolongaban más, incluso hubo una vez en la que trató de sonreirle, pero ella desvió la mirada justo a tiempo...

No se acuerda qué fue lo que lo motivó a hacerlo, cree que una buena noticia sobre la materia que estaba cursando, o una victoria del club de sus amores. La cuestión es que finalmente le hablaría.
Pasaron los viernes, sin embargo, y su actitud seguía siendo la del principio. Un tipo que se refugia en su libro cada vez que ella le sostenía la mirada. Paciente el destino, varias veces hizo bajar a quien se sentaba al lado de ella, parecía decirle: ¡Dale mamerto, sentate y decile algo!
Pero él también es algo tímido, después de todo, de no haberlo sido le hubiera hablado de entrada. Y ella, lo primero que hacía cuando se bajaba su compañero de asiento, era mirarlo, invitándolo con la mirada. Seguro que es de esas que no dan el primer paso- me dijo que pensó- de las que gustan de los galantes, o machista quizás. Tan linda, cada día más linda. En una ocasión, un acto patrio seguramente (dato que tampoco recuerda con exactitud) ella estaba radiante, con apenas un leve delinear de sus ojos, y el cabello un poco arreglado. La mujer de su vida, pensaba, y la idealizaba más y más, con el paso de los viernes. Pero como dije más arriba, la decisión de hablarle por fin estaba más o menos tomada.
Y pasó, un viernes finalmente le habló. Recuerda con detalle que se paró al lado suyo en la puerta del medio (siempre se bajaba por la opuesta a la que lo hacía ella). Quiso hacer contacto visual pero ella aparentaba no verlo. Sutil, se imaginaba que seguramente lo haría hablar durante horas antes de aflojarle un beso. Un perfil hermoso, perfecto (siempre le gustó admirar las simetrías en los rostros de sus amadas. Cada loco...). Estando al lado de ella pudo oler su perfume, delicado, femenino, una delicia. Pensó en los abrazos de bienvenida y de despedida, oliendo esa fragancia. Sonrió al verle unas incipientes patas de gallo, hecho que confirmaba su suposición acerca de la edad, y tuvo ganas de decirle que le quedaban lindas, pero no era un buen comienzo para una conversación. Timbre, lo había tocado ella, él estaba embobado y no se había dado cuenta de tocar. Haría un chiste galante con eso más tarde. Las puertas se abrieron, bajaron juntos. Se le hizo un nudo en la garganta, le temblaban las piernas, hizo de tripas corazón y dijo: Disculpame. Nada, ella seguía caminando. Hola. Recién ahí se dio vuelta. ¿Te puedo acompañar unas cuadras? Que si puedo... Que no, le contestó, y se fue apurada por San Martín.


miércoles, 29 de junio de 2011

El soltero solitario


Ahí estás, tirado a nada, medio tristón en un silla mirando la cocina sucia que nunca te dignaste a limpiar. Y escuchando el gotear de la canilla sobre la bacha de chapa, se te ocurre: ¿y si me invito a salir? Y lo hacés. Te mandás un mensajito del estilo: Hoy salimos, paso a eso de las 8 y vamos a cenar. Recibís el mensaje con sorpresa, no esperabas una invitación tuya. Y contestás en seguida: Ok.
Se hace la hora convenida y salís. No te abrazás ni te das la mano, es tu primera salida solo, no da.
Dónde vamos, te preguntás. Yo un asadito me como. Y bueno, parrilla entonces. Yo conozco una acá en Caseros donde se come bien.
Una vez en la parrilla te sentás en la mesa y esperás que te atiendan. Silencio incómodo, si bien te conocés bastante, hay temas que preferís no tocar en una primera cita.
Ya pasados los primeros momentos de nerviosismo, el ingenio acude en tu ayuda y te sacás un par de sonrisas. El humor siempre suma.
La sobremesa se estira, que un café, que de la nada aparece la opción de una porción de torta, que otro café, y sonriendo pensás en lo bien que la estás pasando.
Algo de la calle llama tu atención y como de casualidad, viendo sin ver en el grueso vidrio te encontrás con tu mirada, clavada en tus ojos. Silencio incómodo, es el momento de volver a casa. Te llevo, te decís, mirá que no pasa nada, te respondés. Pero ante tu insistencia accedés, y te acompañás a tu casa.
Ni bien ponés un pie dentro, te acordás de la cocina sucia. Sentís algo de vergüenza, pero respirás aliviado al ver tu cara. Es una cara cómplice que comprende, que alguna vez dejó los platos sin lavar y las hornallas chorreadas de puchero.
Ponés la pava para unos mates y... bueno, lo que se viene ya se palpa en el aire. Mates, más charla, bostezo y un me voy a dormir. Vas hasta la puerta de tu pieza y abrís, pasás y... a la cama.

Ya en el cuarto propio, cada uno decide qué proponerse y qué aceptar.


lunes, 16 de mayo de 2011

Crónica de la ciudad de Quito


En las manifestaciones de izquierda, desfila a la cabeza. Suele asistir a los actos culturales, aunque lo aburren, porque sabe que después hay farra. Le gusta el ron, sin hielo ni agua, pero que sea cubano.
Respeta los semáforos. Camina Quito de punta a punta, al derecho y al revés, recorriendo amigos y enemigos. En las subidas, prefiere el ómnibus, y se cuela sin pagar boleto. Algunos choferes le tiran la bronca: cuando se baja, le gritan tuerto de mierda.
Se llama Choco, y es buscabronca y enamorado. Pelea hasta con cuatro a la vez; y en las noches de luna llena, se escapa a buscar novia. Después cuenta, alborotado, las locas aventuras que viene de vivir. Mishy no le entiende los detalles, aunque le capta el sentido general.
Una vez, hace años, lo llevaron muy fuera de la ciudad de Quito. La comida no alcanzaba, y decidieron dejarlo en el antiguo pueblo donde había nacido. Pero volvió. Al mes, volvió. Llegó a la puerta de su casa y se quedó ahí tirado, sin fuerza para celebrarlo moviendo el rabo, ni para anunciarlo ladrando. Había andado por muchas moñtañas y avenidas y llegó en las últimas, y hecho una piltrafa, los huesos a la vista, el pellejo sucio de sangre seca. Desde entonces odia los sombreros, los uniformes y las motocicletas.


De: El libro de los abrazos. Eduardo Galeano

domingo, 27 de marzo de 2011

El guardián del cuidador


Es curioso como se invierten los roles. Cuando se supone que tengo que estar atento a todos los movimientos de una persona, para evitar que se lastime, o que pase un momento desagradable, me encuentro más de una vez, abrazado a ese cuerpito para sentirme protegido.


Verlo correr me produce una adrenalina imparable. A cada paso que da siento que se va a romper la crisma contra el suelo. Mido desde lejos las puntas filosas y ruego, rezo porque no se caiga justo ahí. Estoy todo el tiempo amagando, como un arquero en un mano a mano, con la mano abierta siempre lista para amortiguar un golpe. Y no puedo evitar la analogía futbolística. Me siento un central, pegadito al habilidoso, esperando lo impredecible, preparado para un cruce milimétrico dentro del área. Porque un poco me siento así, tengo que llegar justo a tiempo, esa cabecita de hilos dorados no puede dar contra el piso.
Y así ando, atento a un tipo que solo piensa en divertirse, y que sin preocupaciones, y sobre todo sin culpa -¡¡¡como te envidio!!!- me deja con un autito en la mano haciendo: "fffffffffffrrrrrrrrrr, pum, gggggggggggg, guauuuuuuu" Y se va, a jugar con una caja que aparentemente encierra misterios más interesantes.



La relación tiene oro cariz desde que habla, ya mantenemos conversaciones, y lo mejor es que ya me hace algunas preguntas del estilo:


-¿one va el ten tío?

- se va a dormir, ayer salió y tiene sueño...


Sin ir más lejos hoy, mientras íbamos en el tren yo iba cantando las estaciones, los barrios por los que pasábamos, y después de avisar que estábamos en Villa del Parque pregunté:


-¿Dónde estamos Lu?

La respuesta vino acompañada de un gesto de sabiduría, o de obviedad, o mejor, de la más pura y envidiable inocencia:


- e nel ten


Y quizás lo que digo no llega, quizás lo que trato de transmitir acá no produce nada. Un amigo me dijo que los hijos solo le interesan a los padres, y que es raro que una persona se interese por hijos ajenos. Bueno, yo soy raro entonces, yo estoy pendiente las 24 hs de un hijo ajeno. Puedo decir sin vergüenza que siento un profundo amor por él; y que me contenta contribuir en la construcción de la vida de una persona sin historia.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Una de miedo

Casi cuatro años después de que sucedió, me decido a escribir esto. Quizás sea un intento por disipar dudas con respecto a mi locura. Es decir, yo sé muy bien que no estoy loco, pero las personas que me mantienen acá encerrado, evidentemente, no piensan igual.
Leonardo fue mi amigo de toda la vida, el único se podría decir, porque el resto de los que así se llamaban o así se hacían llamar, ni siquiera tuvieron el reparo de asomarse por esa ventanita diminuta que adorna la puerta de esta habitación. No tengo idea de si alguien va a leer esto, la mayoría -por no decir todas- las cosas que alguna vez escribí, desaparecieron de la noche a la mañana y no tuve jamás noticias de ellas. Vivo confinado en esta habitación de 2 x 2, mi higiene dista de ser soportable, y a pesar de haber mejorado mucho mi puntería, los bordes del pozo infecto donde caen mis necesidades están llenos de mierda. Le atribuyo al olor nauseabundo el hecho de que nadie haya atravesado esa puerta durante estos cuatro años.
Pero vuelvo a Leonardo, mi amigo, la única persona que, de no ser por estar muerta, podría dar fe de mi cordura. Fue con él que decidimos empezar nuestro viaje en ese supuesto bosque embrujado. Digo supuesto porque nunca creímos que así fuera, dos viajeros que acamparon en los montes más desolados del norte, llenos de leyendas wichís, no nos íbamos a amedrentar con habladurías de borrachines que buscaban pasar un rato gracioso con los dos porteñitos enmochilados.

No me parece correcto, ni justo este hacinamiento que me propinan ese montón de medicuchos adolescentes. Mirándome a un paso de distancia detrás de la gruesa puerta, haciéndome preguntas y no respondiendo ninguna. El único que tuvo el "valor", o la "gentileza" de trasponer la puerta que me encierra fue aquel curita, un colorado cara de pedófilo que casi se va sin sus dedos, que fue lo único que alcanzó a asomar cuando me tiré sobre la puerta como una fiera, puteando y jurándole que le arrancaría los ojos. Después de aquello, nadie volvió a intentar algo similar.

El bosque era un bosque normal, de los que se encuentran en cualquier parte de la Provincia de Buenos Aires. Buscamos un lugar debajo de un árbol y clavamos las carpas. Nos habíamos aprovisionado de comida para varios días, teníamos en mente subir hasta por lo menos Ecuador, si se podía subir más, lo íbamos a hacer. Pero no nos íbamos a poner trabas ni metas de antemano.
La primera noche fue tranquila, el único suceso destacable fueron los dos chingolitos que cayeron fulminados en pleno vuelo, justo cuando pasaban sobre nosotros. Sin siquiera el más mínimo conocimiento sobre ciencias veterinarias, diagnosticamos un paro cardíaco ¿múltiple? podría ser, quizás envenenados, sugirió Leonardo.

Me acuerdo del tipo que me hacía preguntas, creo que era juez, o fiscal o que se yo, nunca fui bueno para eso. En un momento sugirió que lo estaba cargando, que me tomara en serio la charla, pero, no podía evitar repetir lo que me decía. Por qué, con qué fin cortaría en pedazos a mi amigo de toda la vida. Ocultarlo de qué, si todo el mundo me había visto llegar al pueblo con él. Yo le pregunto lo mismo a usted, si le hubiera arrancado la nariz a Leonardo, lo recordaría no? O por lo menos sabría donde quedó. Yo también estoy hablando en serio, de qué me va a servir arrancarle las uñas de los dedos?

Nos tomamos un café a la mañana, Leo se puso a jugar con las clavas y yo me senté a leer, creo que estaba con "La patagonia rebelde, la masacre" de Bayer. Se escuchaban ruidos raros, no lo niego, por momentos se oía con nitidez el llanto de una nena, que pedía algo; se escuchaban ruidos como de golpes secos, acompañados de gritos que expresaban un dolor agudo.

Era de mi papá, que en una época fue camionero, y lo usaba para golpear las ruedas del camión. Y yo como voy a saber de donde vino la sangre, que yo sepa los palos no sangran. Imposible, el palo nunca salió de mi mochila. Una especie de amuleto, lo único que recuerdo haber golpeado fue el suelo en Salta, cuando le erré el golpe a una cascabel.

A Leo los ruidos ya se le habían hecho un tanto molestos, y le costaba concentrarse para malabarear. A mí un poco me sacaban de lo que leía. Levantamos las carpas y nos fuimos al segundo día. Caminamos durante horas y no encontramos nunca el sendero por donde entramos. Durante la caminata me di cuenta que la mayoría de los ruidos raros que se escuchaban los hacía Leo, tengo que reconocer que me sentí algo burlado y un poco de bronca me dio.

Yo tampoco creo en fantasmas señor... bueno como sea, pero le aseguro que un, digámosle ente, por llamarlo de alguna manera, nos empezó a seguir. Llevaba en la mano un palo o algo así, que debe ser seguramente lo que usted dice que le rompió la cabeza a Leo, y nos gritaba cosas.
¿Qué cosas? te voy a matar, sos un hijo de... sí, parecía que la cosa era con él solo. Y yo pienso que porque la madre de Leo siempre se metió con los espíritus y esas cosas, yo jamás tuve nada que ver con el esoterismo o... Yo también hablo en serio.

A veces me visita ese tipo que nos seguía, lo siento detrás mío. Por lo general cuando me despierto. Charlamos mucho cuando aparece, nunca pude verle la cara, siempre que aparece me pide que no lo mire. Es algo gracioso, y siempre habla de lo bien que hacía malabares Leo. Dice que disfrutaba verlo. Si es así, no entiendo porqué decidió masacrarlo. Sé que dije que nunca iba a contar esto, pero viendo que nadie cree mi versión de la historia, quizás esto me ayude a salir de este encierro. Si Leo viviera, él se los diría, él daría fe de que todo lo que digo es cierto.


viernes, 11 de marzo de 2011

Servite vos... sentite en tu casa

Inauguro sección. Si bien tengo claro que soy un exiguo fotógrafo -ni siquiera me cabe el epíteto- me animo a compartir con ustedes, miles y miles de lectores, cosas que llaman mi sensible atención.
Va la primera, es en El Palomar, barrio donde actualmente me desempeño como niñero.



Fotos: Sergio Kobylanski

sábado, 29 de enero de 2011

Hereford

Lo hice de nuevo, me volví a tatuar. Uno más, y parece mentira pero, cada vez que me hago uno lo dejo como las películas de ahora: pidiendo continuación. En mi defensa no puedo decir mucho más que lo hago porque me gusta tenerlos, me agrada la forma en que adornan mi cuerpo. No adhiero a los que buscan darle un sentido más allá de lo visual. Porque por más que en un momento de tu vida te hayas sentido el protector de los tuyos, y que en los momentos en que había que poner el pecho y parar las balas fuiste el primero en asomarte, no creo que eso le de más sentido al escudo y las espadas medievales que te hiciste en el antebrazo. Pero es solo una opinión, y no es lo que me atrae a este teclado en este momento. Sí lo es, en cambio, la recopilación de preguntas y respuestas recibidas luego de exhibir el flamante adorno dérmico.



Ante los primeros, la reacción y la respuesta de mi viejo siempre fue la misma, una frase: "bah, yo no me voy a andar marcando el cuero como una vaca..."
Pero cambiando la persona va cambiando la reacción al ser exhibido el tatuaje.
Está el que piensa qué podría haber hecho con esa plata en vez de tatuarse: ¿cuánto te salió?. Y se muerde el labio inferior pensando en la de cosas que se hubiera comprado con 5 gambas.
Tuve de los que se compadecieron y sufireron mi dolor en la camilla: Ay, ¿te dolió mucho?
Hubo reflexivos, siempre analizando y midiendo sus reacciones y decisiones, y por ende, las de los demás: ¿y no te vas a arrepentir de llevar eso toda la vida?. Y ante una respuesta del estilo: Me lo puedo remover con laser, o taparlo con otro. Salta el primero y me dice: ¡No hubieras gastado las 5 gambas en primer lugar para eso!
Hay quienes dicen que los tatuajes están de moda, y que dentro de algunos años, lo "cool" va a ser poder mostrar el cuerpo virgen de manchones de tinta. No es tan loco pensar eso.
Y la verdad que después de recibir y comparar las reacciones, escuchar los diferentes argumentos a favor y en contra de los tatuajes, no me arrepiento para nada, y por supuesto que seguiré tatuándome.
Y para terminar, les dejo la reacción de mi viejo ante este nuevo tatuaje, al -por ahora, y solamente por ahora- último de ellos:


-¿Sos pelotudo Sergio...?