jueves, 12 de abril de 2012

Una más, uno menos.


Era noviembre cuando RIcardo pasó sin escalas, de un patrullero a la cárcel de Devoto, gracias a las acusaciones de un digno comerciante del barrio de Villa del Parque.
Varias veces acompañé a su hermana a gritarle desde la calle. Nos parábamos sobre Baigorria y gritábamos su apellido y el número de pabellón hasta que se asomaba una cabecita, allá, apenas visible en una ventanita. Intercambiábamos preguntas banales y nos íbamos.
¡Te quiero! era la despedida que gritaba la voz rota de Ricardo, y sus hermanos lloraban alrededor mio.


La noche que Ricardo volvió a su casa estaba amarillo. Eso, y que no aceptaba un mate de nadie es lo que más recuerdo. Me enteré que ya estaba en la casa y salí disparado en mi bici para verlo. Cuando llegué, obviamente, no tuve idea de qué decirle.
No confiaba en nadie, no dormía de corrido y visitaba los cuartos durante la madrugada, se aseguraba que todos descansaban, y volvía a su cama.
Las coincidencias con el pabellón en el que había pasado los últimos 7 meses y su casa, siendo su padre, su hermano mayor, y algún que otro tío ex presidiarios, deberían ser grandes. Y estoy seguro que había miles de sutilezas sueltas por ahí: formas de su padre para  decir ciertas palabras, para mirarlo, lanzadas como al descuido, perceptibles solo por el sentido de quien estuvo preso, que zarandeaban la mente de Ricardo. Sutilezas que funcionaron en su cabeza como un gotero que llena un vaso, que le dieron el empujoncito que hacía falta para que saltara a ese lugar donde estuvo sus últimos días.


Su madre lo iba a ver siempre, no faltó nunca a ninguna visita y revolvía cielo y tierra para conseguir plata y llevarle cosas. 
-No es bueno que un preso no tenga cosas, decía mientras fumaba y fumaba. 
La imagen que transmite un preso al que le llegan cosas es positiva. Quiere decir que no lo dejaron tirado, quiere decir que puede aportar sus cosas a un "rancho" (esto claro, por las buenas o por las malas), tiene con qué comerciar, en definitiva, "estando bien" o "estando mal", tener cosas es mejor que no tener ninguna. En casa de Ricardo, muchos fueron los días que se cenó y se almorzó pan con té, mientras él estuvo preso, aunque eso no lo supo.


Ricardo nunca confraternizó con sus compañeros de pabellón, se aislaba. La razón es porque no era "chorro", claramente no pertenecía a ese mundo. Ricardo es gil, solía decir la madre. El hecho es llamativo por lo peligroso. En la convivencia en la cárcel, aislarse no es bueno. Si no se es parte del todo, se es blanco del todo. Los que se aíslan son los refugiados, los "cartera", los que "están por un tacho", es decir, los delincuentes menores. 
Pero el caso de Ricardo era distinto, su madre comprobaba, visita tras visita, que a su hijo no le faltaba nada. Tenía su manta, su colchón, su comida, sus zapatillas, todo. ¿Esto era porque este es un relato en el que el héroe no sufre? No, esto era porque Ricardo peleaba bien, nada más. Lo conservaba todo porque lo defendía bien.
Pasaba sus días leyendo una biblia que su madre le había llevado, durmiendo poco y nada y peleando mucho.


-Me acuerdo de algo que leí en un momento, que me ayudó mucho: "Yo acamparé alrededor de los débiles, y los protegeré" * o algo así. Ni bien llegué, uno me hizo causa de violín. Empecé a pelear con ese y terminé peleando contra tres. Porque mientras peleaba con el primero pisé sin querer a dos que dormían. Porque no se puede despertar a un preso. De todos los combates que tuve ahí adentro, no perdí ninguno. Una vez un gil me quiso apuñalar el ojo con la bombilla, T me había dicho que en cana la bombilla es un arma.
Eso fue lo único que me contó de su estadía en la cárcel. 


-Drogate hijo, ponete en pedo con los muchachos. No es bueno que te quedes solo.


-Los otros presos deben pensar que está loco, lee todo el día la biblia y no habla con nadie.


La decisión de ir a ver un profesional la tomaron el día que sin aviso previo, y mientras los demás mateaban en la cocina, Ricardo tomó un cuchillo viejo que había sobre la mesa e intentó degollarse. Acompañado de su madre y de su hermano mayor, ahora respondía a la pregunta del psiquiatra.
-Por lo que pasó allá, dijo. 
-¿Qué cosa?
-Que se vaya mi mamá, si no, no lo digo. 
-No me voy a ir hijo, no me asusta nada de lo que te hayan hecho. 
-Me violaron.
Ese día, apenas unas semanas después de que saliera de prisión, Ricardo quedó inernado en el psiquiátrico.


La hermana de Ricardo golpeaba la puerta de T, el hermano mayor. Cuando se abrió la puerta, solo atinó a pronunciar: Ricardo. A lo que el hermano mayor preguntó: ¿Dónde está?
Abajo, contestó ella. El hermano mayor bajó corriendo los 10 pisos y los volvió a subir ¡Abajo dónde! 


Ricardo y su hermana se encontraron en la entrada del edificio donde vivía T. Ella salía, y él entraba.¿Dónde vas? preguntó ella. A casa de T, contestó él. 
Subía las escaleras, ella lo seguía de cerca, tratando de convencerlo para que volviera a su casa. Como única respuesta a las súplicas y dichos de ella, Ricardo la miraba a los ojos y decía: Ya está A.
Esa mañana habían avisado del instituto que Ricardo se había escapado. 


La desgracia de Ricardo empezó mucho antes. Siendo justo, tendría que decir que su desgracia empezó ni bien nació, por el hijo de puta que le tocó como padre. Para resumir a esta persona, simplemente diré que, riéndose, me contó más de una vez como le tiró todos los dientes a su esposa, en solamente dos o tres palizas. No creo tener que agregar mucho más para dar una idea de como fue la vida de Ricardo y de sus hermanos, viviendo con una persona así.
Siguiendo lo dicho más arriba, y corrigiéndolo un poco, diré que el último tramo de la desgracia de Ricardo, empezó la tarde que salió con su amigo de toda la vida a pasear por Capital.
¿Motivos? Varios. En mi mente los separé en dos: los oficiales y los reales. Entre los primeros, tentativa de robo y agresión; entre los segundos, portación de cara y ser negro y estar borracho en Villa del Parque.
Esa tarde, Ricardo y su amigo se pusieron bastante en pedo y salieron a caminar sin rumbo fijo. Quiso el destino, el hambre, o vaya uno a saber qué cosa, que los beodos pararan en un kiosco a comprar alfajores y cigarrillos. Los pidieron, los pagaron, y se fueron. Nada más. Se reían, y mucho, me contó Ricardo. 


-¿Vos por qué pensas que los acusó? Supongo que se sintió zarpado el kiosquero, que nos reíamos de él, que se yo, no se, no quiero pensar mucho en eso ahora.


Ni bien salieron del local, el digno comerciante de Villa del Parque fue en busca de un agente de policía.
-Allá, esos dos negros de mierda, me quisieron robar...
Plic, aquí centinela Agustín García, plic, móvil teledirigido dos ninís en estado de ebriedad, posiblemente arma de fuego, plic, cuesele centinela, plic, quédese tranquilo jefe, los tenemos.
Camino a la comisaría, el kiosquero no paraba de decir que le habían sustraído dinero en efectivo y que lo habían amenazado con un cuchillo y una pistola. 
Sorprendentemente, al llegar a la taquería, dijo que lo habían golpeado para intentar robarle. No quisiera pensar que fue un agente, el que llegando a destino le "sugiriera": mirá, si querés que estos dos queden en cana, cambiá la figura porque no les encontramos ni armas ni plata.


Ricardo subía los escalones con la mirada perdida. Que si no le dolía el cuello, le preguntó A, y como respuesta recibió una mirada fija y un: Ya está A.
Habiendo llegado al décimo piso, en el que vivía T, Ricardo miró por última vez a su hermana y le dijo también por última vez: Ya está A. Corrió por la pasarela y saltó al vacío, cayendo en la parte trasera del edificio, donde la gente lanza la basura desde las alturas, que revienta en un sonido seco y espanta las ratas que se afanan por comida, allí, entre la mugre.
Paro cardiorespiratorio postraumático fue la causa de muerte, su hermano menor entendió que se murió en el aire, del susto.


* La cita corresponde a Salmos 34, Salmo de David 7: "El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, Y los defiende." 

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