domingo, 26 de julio de 2009

La costumbre no es buena, pero el animal descansa

Los rubios rulos bañan el pecho del que podría ser su hijo. Las manos de ella acarician ese cuerpo novato, que minutos atrás la embestía desaforadamente, infatigable, con fruición. Él se fuma su cigarrillo en silencio, recopilando los detalles que serán contados, los que serán exagerados. Y espera, espera que ella termine de hablar para amarla otra vez, experimentando una erección con solo pensar, y ella lo nota, y le pone fin a su monólogo.

Las mañanas son todas iguales, uno a uno van llegando los esclavos y antes de encadenarse a su silla, se reúnen en la cocina y juegan a ser libres, comentan la actualidad taza en mano. Alguien dispara un chiste que ofende y divierte. Por unos minutitos disfrutan de pertenecer a la misma manada.
Se esfuman las sonrisas ante la aparición de Eduardo, que luego del buen día elige a su presa y averigua que se está haciendo por mantener saludable la fortuna. Empujándose unos a otros, se desparraman, interrumpido el pastoreo por la presencia del depredador, y miran de lejos al desdichado, al que no pudo escapar. Todos se compadecen, es que saben que algún día les va a tocar a ellos, es la ley del reino animal. La fortuna crece, nadie reclama lo propio, el trabajo aumenta, el miedo paraliza, Eduardo viaja, su mujer le pregunta, el hijo reclama.


-...boluda 5 veces...
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-no, no,no, no, no sabés...
-
-...¡¡¡siii!!! malll...
-
-...tiene 21 años ¿qué querés?

Eduardo acomoda las fichas sobre el paño verde, el aire viciado lo embota, lo abstrae. La adrenalina de arriesgar tanto le produce una erección. El vértigo de la apuesta le hace olvidar a su familia, le recuerda el sudor acre de las prostitutas, gana, recupera algo de lo perdido, y se va.
Sus viajes a Córdoba lo llenan de anécdotas, le gusta la fama que se ganó entre sus amigos, ahora sí es el que la tiene más grande.

Los rubios rulos se sacuden en el aire, sus uñas se clavan en las muñecas del que podría ser su hijo, él le dice cosas, y hace que ella le diga otras. El que podría ser su hijo aprende a desconfiar, se decepciona antes de tiempo, conoce el desamor, el despecho, y le gusta, saca provecho de ellos.

Las brasas gritan al recibir las gotas de grasa que chorrean del rojo alimento, y de manera sabrosa musicalizan la anécdota de Juan Pablo. La inmortal jarra con fernet pasa de mano en mano, la euforia aumenta, los detalles son vitales.
-La mina tiene guita, el marido es director de una empresa o algo así, pero no le da bola...
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-Por lo menos 6 o 7 veces cada vez que la veo...
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-Es que el tipo viaja mucho, y ella manda al hijo a la casa de un amiguito...
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-Está buena en pelotas, sí...
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39, pero muy bien llevados...

La boca de Eduardo se deshace en disculpas, su tez morocha se esconde detrás de la palidez mortal que ilumina su rostro, la camisa impregnada de sudor acre recibe unos golpes, los rubios rulos rodean las manos que tapan la cara que destila gotas de bronca.
Uno a uno los esclavos llegan y se congregan en la oficina, parece que a Eduardo lo echaron de la casa, y el escándalo hizo tambalear su continuidad en la empresa. Ahora la manada se mira con recelo, varios de ellos tienen chances de tapar el hueco, de escalar un peldaño. Algunos empiezan a mostrar los dientes, Juan Pablo se lamenta, los rubios rulos le acarician el rostro, en un beso de despedida.


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