Las cosas que nos tocan vivir, o soportar, o las que decidimos experimentar, son las que van moldeando nuestro caracter, nuestra forma de actuar, de ver la vida. Es indudable sin embargo, que hay cosas con las que ya venimos de fábrica, y nos acompañarán por siempre.
Hay características que uno tiene, que nos encastran con los otros, como una tuerca en una llave fija.
A mi hermano Daniel, siempre me unió el humor. De alguna manera u otra, yo me las ingeniaba para sacarle una carcajada. La mayoría de las veces con comentarios atinados, espontáneos, de esos que tienen gracia especialmente por ser dichos en el momento justo, no tanto por lo que expresan. En otra cantidad de casos - no tan menor- por cosas que me pasaban. Y si hay algo que Dani tiene es la habilidad para encontrar graciosa la desgracia ajena. Y si hay algo que yo tengo es una torpeza grande, y una marcada predisposición para el accidente.
Hubo una época en la juventud de mi papá, en la que se dedicó al ciclismo, y si bien nunca se destacó en esta disciplina, nos inculcó la costumbre de andar en dos ruedas. Y desde chicos ya nos sacaba a dar unas vueltas. Recuerdo haberme ido desde Caseros hasta Morón con él un domingo (esa vez fue a sacar plata de un cajero y por poner una clave incorrecta perdió tanto su tarjeta como la de mi vieja, pero esa es otra historia)
Al principio -mucho antes de haberme ido a Morón- en mis comienzos como ciclista, aún no estaba habilitado para desplazarme por la calle. Mi terreno eran las veredas, tanto más accidentadas. Yo usaba una de esas "auroritas", de esas que se doblan a la mitad, de color rojo. Era un rodado chico, y para que me rinda la pedaleada, y estar más o menos al ritmo del resto, tenía que esforzarme y pedalear con movimiento frenético.
Solíamos andar en un predio que alguna vez estuvo cerca de alojar la villa 31 de Retiro, y que una intervención de los vecinos detuvo la brillante idea de agregar un asentamiento más al barrio. Mis dos hermanos y mi papá giraban en torno al parque por la calle, y yo lo hacía a toda velocidad por el pasto de la vereda, Sole no andaba todavía en bici. Mi atención se centraba en esquivar las ramas más bajas de los árboles y sus raíces sobresalientes, me desplazaba a toda velocidad por la alfombra verde, que despedía ese exquisito olor a pasto recién cortado.
En la vorágine de esquivar tantos obstáculos, y con la seguridad de que nada podía pasarme - ya que iba por el camino seguro- no calculé que el pasto ocultaba ciertos peligros. Al ser mi bici de un rodado chico, la rueda delantera se encajó en un pozo, y me clavé en el lugar. Todo mi cuerpo se fue hacia adelante y lo que detuvo la inercia de mis 30 kilos en su vuelo frontal, fue el pequeño sten.
Antes de darme cuenta de lo que me había pasado, escuché un ¡¡¡BUOOOOOO...JAJAJA!!! de mi hermano Dani, claro, y a pesar de haberme dado un golpe grande en los testículos, no pude más que sonreír al verlo todo colorado, llorando de la risa.
Como lo hice reir ese día.
martes, 21 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Ademas, quien puede no reirse con la risa de Dani. Es una de las risas mas contagiosas que escuche en mi vida. Y lo mejor, lo mejor que tiene Dani es que cuando lo recuerda, ni bien revive la anecdota y comienza a contrarla se ve como la risa se vuelve tan viva como aquella vez. DE solo escucharlo uno llora de la risa literalmente. Gracias Toto, gracias Dani por tan buenos recuerdos.
Publicar un comentario