Una puerta cerrada puede significar algo que se perdió, o algo que se desconoce. Puede ser algo que decidimos dejar atrás, que decidimos olvidar. Se puede pensar que constantemente las atravesamos, desde que somos chicos, hasta que creemos dejar de serlo. Por ejemplo puedo pensar que la primera vez que viajé solo al colegio atravesé una puerta, o la vez que decidí mentirle a mi papá en la cara. Una puerta que me abría el camino a lo que creía que era el mundo adulto. La puerta que no pude abrir en mi primer trabajo, que después de empujar como loco me di cuenta que desde adentro me hacían señas para que tire de ella. Y al entrar me preguntaron si iba a tirarla abajo antes de buscar otra manera de abrirla. Y siempre creyendo que la puerta que me tocaba trasponer era la que me depositaba entre los grandes. Como la vez que le di dos vueltas a la llave en la cerradura de lo que sería mi primer hogar, mi primer aleteo lejos del nido. Mis ganas de que el mundo se rinda a mis pies porque pagaba un alquiler.
Hay puertas que casi todos tenemos abiertas, y que nosotros mismos nos encargamos de cerrar. En mi caso decidí dejar de estudiar y cerré una, pero abrí otra, que me hizo conocer el significado de algunas palabras: sacrificio, explotación, ignorancia, progreso, lucha. Me crucé con gente que se encargaba de abrirlas, de contarle al que tenga ganas las posibilidades detrás de las que se mostraban cerradas; hubo otros que se encargaban de cerrarlas, que disfrutaban de bloquear caminos.
Existen otras que sabemos que si las atravesamos, difícilmente podamos volver atrás, que aún sabiendo el riesgo que corremos necesitamos cruzar, esa necesidad de pertenecer que cuando se es adolescente y no se tiene guía dicta los pasos. Que nos pueden llevar a hacer idioteces, desde meternos algunos gramos de cocaína hasta robar un almacén, desde pegar una trompada hasta abandonar el hogar.
O puede ser la puerta de una casa abandonada que se abre para que descubramos el amor, de la mano de una novia temblorosa. O la puerta de un círculo de gente totalmente ajeno, de esa familia que nos investiga y nos dispara preguntas sin miramientos para saber (si es que se lo permitimos) cuantas y cuales hemos traspuesto. La puerta de esa oficina que al abrirla me mostró una pendeja de mi edad, en un trabajo que no le gustaba, que no entendía del todo, y que consistía en darme uno a mí, o no, y por eso la abrí con una sonrisa y traté de seducirla, como si con eso me asegurara el puesto. Lo que conseguí fue ubicarme en la cima de los babosos que le habían tocado entrevistar ese día. Puertas que me tocaron golpear a lo largo de los años que si bien no son muchos, considero que fueron intensos.
Puertas contenedoras, puertas mentirosas, puertas negadoras, puertas que contuvieron fieras, puertas que me salvaron manteniéndose cerradas.
Una puerta que se abrió para darle paso a un hombre, que arrodillado ante sus cuatro hijos lloró como un nene, porque venía a comunicarles lo que había sentenciado la vida.
Puertas, accesos, logros, desdichas. La puerta de un boliche que se me cerraba porque los patovicas y yo no teníamos el mismo parámetro de lo que era estar en pedo. La puerta del auto de mi hermano mayor, su primer auto, que primero amó y luego odió como le pasaba con casi todo. Puertas que uno vuelve a visitar, que salvo por un cambio en el color de la pintura, están iguales que siempre. Una puerta que se cierra y aprieta mis deditos inquietos. Una puerta que se me cayó en la cabeza una vez, que no me lastimó pero me asustó mucho. Una puerta que no supo contener los sollozos del otro lado.
Una puerta cerrada y mi indignación desde el suelo ¿No era que no cierra una puerta sin dejar abierta una ventana? Me quedo en el suelo, y revuelvo todo, si no hay ventana abierta tiene que estar la llave tirada por algún lugar.
1 comentario:
vos sabes q mi puerta siempre va a estar abierta y el dia que se cierra vamos a estar los dos del mismo lado.
Te dejo un abrazo.
Sos un amigo de los que no hay.
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