jueves, 16 de diciembre de 2010
Hay amores que marcan. ( Diario de un ex-seductor)
Publicado por
Sergio Darío
No nos conocíamos mucho, creo que si sumo el tiempo que estuvo dentro del local las veces que vino a comprar, nos conoceríamos unos 40 o 45 minutos. Poco sabía de ella, así como ella de mí. Sabía que se llamaba Púrpura, y que su marido era dj y viajaba seguido por el interior del país.
Vino con la madre una vez, lo recuerdo bien, sobre todo por lo que pasó después. Me presentó como: "el chico del que te hablé". Lo curioso fue que la madre no se sorprendió, no tanto como yo por lo menos, de que su hija casada le presente un pibe. ¿Qué le habría dicho de mí?
Lo que pasó después, una o dos semanas después, fue que vino a decirme que volvía de enterrar a su madre. Dicho esto con la mayor frialdad y sin asomo de lágrimas en sus ojos. No pude dejar de notar que no se la veía muy mal, y se lo dije, a lo que me respondió simplemente: "mi mamá era muy hija de puta, por eso no lloro".
En ese entonces, me desempeñaba como peluquero canino, a decir verdad era bueno bañándolos, no tanto cortándoles el pelo, pero de todas maneras me las arreglaba.
Púrpura venía cada tanto a comprar alimento para un gato que visitaba su casa, pero que no vivía con ella.
Entramos en confianza una tarde en la que nos pusimos a hablar sobre las fiestas de música electrónica, esa tarde me enteré que su marido era dj y que viajaba.
A partir de entonces empezaron las insinuaciones y los juegos de seducción. Yo no estaba del todo seguro de sus intenciones, dado su estado civil, podría tratarse solo de una necesidad de levantar su autoestima.
Esto no era así, una tarde mientras charlábamos se apoyó al estilo mujer fatal sobre el mostrador y me invitó a pasar la noche en su casa. El marido había viajado a San Luis.
Accedí, como me lo esperaba, si estoy querendón soy bastante facil.
Llegué puntual, luego de anunciarme al portero eléctrico, sonó la chicharra y empujé la puerta.
Por allá entre sombras se recortaba la figura de Púrpura apoyada en el marco de la puerta. Su casa era la última de un pasillo angosto casi sin iluminación.
Me hizo pasar, nos sentamos y me ofreció ensalada de frutas, hacía calor me acuerdo, era verano.
El departamento era chiquito, de un ambiente. Una mesa redonda se ubicaba al centro del comedor, que estaba rodeado a su vez por la habitación, la cocina y el baño.
Irónico o caprichoso el destino, no se bien cual, pero me llamó la atención un macizo cenicero de vidrio que estaba apoyado en una repisa a un costado de la mesa. Púrpura sonrió y me dijo que era realmente pesado, que con suerte lo podía mover para vaciarlo cuando se llenaba, claro que exageró un poco, no se veía tan pesado como para no poder moverlo.
Ella estaba hermosa, tenía sus largas piernas que tanto me gustaban al aire, apenas tapadas por una pollera negra. Estaba recién bañada, tenía el pelo mojado recogido en un rodete. Nos pusimos a charlar y a fumar, ella sacó unos porros de una cigarrera. Me explicó que fumaba la marihuana mezclada con tabaco, que así era como la fumaba un ex novio belga, del que se le había pegado la costumbre. La conversación iba y venía, más que nada sobre sexo.
Me empezó a desagradar la forma en que me hablaba, con el paso del tiempo empezó a tener un tono altanero, desafiante, y esta actitud empeoró cuando empezó a recordar hechos violentos. Hechos violentos que la tenían como protagonista, y en los que en su mayoría involucraban a sus parejas. Empecé a notar también que mientras hablábamos, ella dirigía miradas furtivas a mis espaldas, donde estaban las puertas entornadas del baño y la habitación. Estas miradas, sumadas a la paranoia de la marihuana, me hicieron pensar que no estábamos solos.
Púrpura siguió hablando en voz cada vez más alta y visiblemente más agitada, eufórica. Entonces decidí actuar para disipar mis dudas, la agarré de la cintura y la senté encima mio, con las piernas abiertas. Ella se soltó el pelo y me envolvió la cara con él, mientras me besaba. Empecé a acariciarle los muslos y fui subiendo despacio mis manos hasta que ella, agarrándomelas con fuerza me dijo: "no podemos hacer nada..."
Vi, o me pareció ver, que el cenicero de la repisa había desaparecido, sea como fuere, en ese momento recibí un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza. Es lo último que recuerdo de esa noche.
Me encontraron tirado no sé bien donde, ni cuantas horas después. La policía pudo corroborar que más de una persona participó del ataque.
Es curioso, recién hoy que me decidí a volcar esto en papel, es que me vienen imágenes que no recordaba, cosas que había olvidado, cosas que no me visitan a diario cuando, frente al espejo, veo las cicatrices que desfiguran mi cara.
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de mi devaneo
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