Un viejo del pueblo me contó que los primeros cálculos que se hicieron del recorrido que tendrían las vias indicaban que atravesarían unos campos llamados "El cuchillo" y que ese sería el nombre de la estación. Hubo, según él, un error en esos cálculos y las vías no atravesaron esos campos finalmente.
Me contó también, que en aquel entonces se llevaba a cabo la construcción de un enorme galpón, y que en el proceso murió mucha gente, nombrando de esa manera tan poco feliz a la estación.
Nos dirigimos al comedor de la señora Anita, Morillo arde, el rugido del sol llega a nosotros a través del viento, que nos sopla aire caliente en el cuerpo sudoroso. Caminamos lento, el calor pesa, uno tiene la sensación de andar con un chango colgado de la espalda todo el tiempo. ¿Y la sombra? No hay, no está. La imagino apoyando la espalda en la pared, agarrándose como al borde de un precipicio, sin querer poner siquiera un pie en el suelo fulgurante.
En respuesta a la aridez del suelo, a las filosas y duras espinas, a lo agobiante del calor, a lo cambiante del clima, y a todas las dificultades que ofrece el Chaco seco, el salteño habla con voz suave, cantada, dulce. Con esa dulzura de voz nos atiende una de las hijas de Anita, nos recita los tres platos del día mientras pone el mantel de tela sobre la mesa.
La gente va entrando al tiempo que saluda y desea buen provecho. Hay un televisor, que sigo sin entender porque siempre está sintonizado en TN, como si a alguien en Morillo le modificara saber que aumentaron los taxis, o los peajes... no parece real la existencia de la ciudad cercada por autopistas, aturdida a bocinazos en aquel paraje tranquilo de suelo caliente.

Es dura la vida en el Chaco- nos dice Anita secándose las manos en el delantal- El viento, el calor, uno tiene que recorrer mucho para conseguir las cosas para cocinar. Más de una vez tuve ganas de levantar las valijas y mandarme a mudar...y a pesar de ser tan vieja sigo trabajando, para ayudar a la menor de mis hijas que estudia en Salta, se recibe a fin de año de profesora de educación física...recién ahí voy a ir pensando en dejar de trabajar tanto...
Las mujeres comen juntas alrededor de una mesita, cerca de la cocina. El marido de Anita, siempre impecable, come solo, en silencio. Sus nietos juegan a su alrededor y él pareciera no notar su presencia, impasible, solo les dirije la palabra para retarlos. Ayuda atendiendo las mesas, pero no pone un pie en la cocina. El machismo está tan arraigado en el pueblo como la miseria y la discriminación a los aborígenes.
Llegado a este punto no estoy seguro de donde se dirije este ¿relato? ¿crónica? ¿recuerdo? creo que lo único que me queda por hacer es pedir la cuenta e irnos, y agradecer por los casi 20 días que nos alimentaron y nos atendieron tan bien en ese lugar, El comedor San Lorenzo.
Foto: Mía