jueves, 17 de junio de 2010
Desapercibido en acción
Publicado por
Sergio Darío
De las tantas cosas que hacíamos con mis hermanos primos Pablo y Mariana, tirar objetos contundentes desde la terraza a los autos que pasaban, era la que más nos apasionaba. La adrenalina que nos producía ver al auto acercarse, se multiplicaba por miles cuando, una vez arrojada la piedra, nos escondíamos esperando que el conductor se marchara resignado, rayón en techo, a su destino.
El mejor horario para hacerlo era el de la siesta, por un par de razones. Primero porque la persona a cargo de nosotros (pobre de ella, por lo general era mi abuela) tenía la guardia baja, claro, estaba dormida. Y segundo porque esa hora ofrecía menos testigos a nuestro ataque, casi no había gente en la calle. Esto último nos daba el camuflaje ideal para nuestra faena. Sin nadie en la calle ¿quién iba a estirar el índice en dirección a nuestra casa para indicarle a la víctima de donde había partido el bombardeo?
Es mi deber aclarar, que de las veces que el equipo fue descubierto (y esto no me enorgullece) el principal responsable fui yo. Por torpezas, por malos cálculos, o simplemente por boludo, como me lo indicaban mis pares, y como sucedió la vez que pretendo comentar aquí.
La tarde en cuestión, los bombardeos venían siguiendo el patrón normal. Nos agachábamos detrás de la pared baja de la terraza que oficiaba de trinchera ni bien veíamos al auto acercarse. El ruido del motor pasando por el frente de la casa nos daba una idea de la ubicación y la velocidad del blanco.
Una vez que el móvil superaba nuestra posición, nos levantábamos con la velocidad de un rayo, descargábamos los proyectiles y volvíamos a la posición inicial, agachados y cagados de risa.
Alguien vio un camión de la maderera de la vuelta doblar la esquina. Nos agachamos y esperamos que se acerque.
El camionero venía despacio, quizás terminando su día, quizás pensando en algún quilombo que lo esperaba en su casa. Acodado en la ventanilla, miró a su izquierda, y vio a 5 pendejitos mirándolo fijamente desde la terraza de una casa amarilla. Vio que 4 se agacharon de inmediato al ser descubiertos, mientras que uno se quedó parado, con algo en la mano que (¡increíblemente!) parecía tener intenciones de arrojarle.
Una vez que el sonido nos indicó que el camión estaba en la posición correcta para el lanzamiento, nos pusimos de pie proyectil en mano. ¡Pero nos descubrieron! La providencia quiso que el camionero mirara en dirección a nosotros. Nos agachamos de inmediato. Bueno, "nos" es una forma de decir, yo me quedé parado. "Nos" era lo que demandaba la situación.
La piedra no era grande, del tamaño de un dado podríamos decir. No le provocó tanto dolor como sorpresa recibirla al conductor.
Yo vi claramente que todos se agacharon, cruzamos unos segundos la mirada con el conductor. La mirada de él parecía decirme: "No me vas a tirar eso ¿no? ¡te estoy viendo!
Le tiré la piedra, le pegué en el brazo que tenía acodado en la ventanilla.
Timbre. Nosotros sabíamos quien era y a lo que venía. Esa tarde estaba mamá (por suerte, era un poco más indulgente que la abuela) escuchó las quejas del transportista y después de cerrar la puerta nos convocó a una reunión urgente. No me acuerdo la verdad del castigo que recibimos por eso. Me acuerdo sí, de las burlas del resto de mi equipo al escuchar mis declaraciones con respecto a lo que me había pasado:
- Me quedé paralizado...
Etiquetas:
el raúl de los becuerdos
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